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La metáfora de la frontera.

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A fines del siglo XIX, una línea imaginaria, pensada para separar dos mundos diferentes, dividía a Buenos Aires y sus alrededores del resto del territorio. Pero la vida en las extensas llanuras demostró que ese espacio también fue un lugar de encuentro, donde coexistían diversas cosmovisiones.

La Argentina como sociedad y cultura nació, creció y se desarrolló negando a "los otros", a los diferentes, en aras de una homogeneización que perseguía como proyecto de Nación el que fuéramos todos iguales. Hacia fines del siglo XIX, la ideología predominante pensaba que era necesario "blanquear" la sociedad; por ello se estimuló la inmigración europea, destinada a poblar -entre otras regiones- las llanuras centrales del país: la pampa o "las pampas", vastísimas extensiones que, con el correr del tiempo, fueron convirtiéndose en un ámbito clave de la vida nacional. Esa pampa considerada erróneamente como un desierto, donde vivían desde hacía miles de años sus habitantes originarios, los indios. Ellos desplegaban una forma de vida que mezclaba hábitos cazadores con el comercio del ganado y una incipiente agricultura, conformaban importantes asentamientos, habían incorporado el caballo -animal dejado en esta parte del mundo por la expedición de Pedro de Mendoza en 1536- y, desde el punto de vista étnico-cultural, absorbían a otros grupos indígenas que incluso, todavía en pleno siglo XIX, migraban desde el otro lado de los Andes.

Pero todo ese gran ámbito cultural de la historia argentina fue desde un principio segregado, configurándose entre nosotros una historia casi emblemática. La que se inició inmediatamente después de la llegada de los conquistadores españoles y que se consolidó con la Colonia y el Estado naciente entre los siglos XVII y XIX, y que la entiendo como una metáfora de ese drama argentino del que hablaba al principio, casi diría un síndrome: el de "la frontera".

La frontera era una línea imaginaria que dividía a Buenos Aires y sus alrededores -la campaña- del territorio de los indios: esa región que llamaban "el país del Diablo" o "tierra adentro", lugar de lo desconocido, generado en un terror ancestral. Durante casi tres siglos la frontera dividió a dos mundos: el de los blancos del de los indios, la "civilización" de la "barbarie", mundos incompatibles según la idea predominante. Adolfo Alsina, ministro de Guerra en 1875, llegó a planificar una zanja que atravesaría toda la provincia de Buenos Aires, como forma de detener el aluvión de aborígenes que, en forma de "malones", avanzaban hacia los centros poblados. El proyecto de Alsina aspiraba a cubrir un total de 730 km entre Bahía Blanca y el sur de Córdoba pero sólo se alcanzaron a construir unos 374 km entre Carhué y la laguna del Monte. Hoy mismo pueden verse los vestigios de esa zanja en las afueras de ciudades como Trenque Lauquen.

Una zanja para dividir el mundo, que hizo decir a Sarmiento que la idea de detener a los indios con un gran foso era como tratar de atrapar el viento. En efecto, los pocos kilómetros de foso artificial que se pudieron construir nunca llegaron a ser un obstáculo para los aborígenes, que los sorteaban con toda clase de estratagemas.

Más allá de los límites.
Mientras se intentaban llevar a cabo estos proyectos separatistas, y en medio también de la violencia y los enfrentamientos típicos de esa etapa histórica, la frontera mostraba su otra cara. Un mundo de tonalidades grises, un espacio de gran dinámica y fluidez, donde lo que en realidad sucedía era la convivencia de personas del más diverso origen: indios, blancos, gauchos, negros, pulperos, viajeros, cautivos, militares exiliados y estancieros compartían el espacio común que otros se obstinaban en consolidar como una gran línea divisoria. Todas esas gentes iban y venían de uno a otro lado de los límites impuestos, comerciaban, intercambiaban, mezclaban sus historias, lo que demostraba que el construir otra sociedad era una alternativa posible. La frontera era un espacio compartido, en el que coexistían distintas cosmovisiones. Un territorio lleno de historias fantásticas, de leyendas y seres misteriosos, de apariciones, sucesos extraños y animales mágicos.

Un lugar donde la vida no dejaba de ser extremadamente difícil, pero que posibilitaba también las fantasías y libertades. Como en la historia de aquella mujer inglesa de Yorkshire a la que llamaban la india rubia devenida después de un malón en esposa de un capitanejo, y que cada tanto solía acercarse hasta la frontera en busca de baratijas y "vicios". Fue justamente allí donde la vieron por última vez: "Mi abuela había salido a cazar; en un rancho, cerca de los bañados, un hombre degollaba una oveja. Como en un sueño, pasó la india a caballo. Se tiró al suelo y bebió la sangre caliente" (Jorge Luis Borges, El Aleph Historia del Guerrero y la Cautiva).
Más hacia el interior de las pampas, en las propias tolderías asentadas en los llamados territorios indígenas libres, se vivían verdaderas experiencias de integración humana en las cuales un notable proceso de mestización cultural se llevaba a cabo cada día, no sólo entre grupos indígenas de distinto origen sino entre la gente aborigen con blancos, negros y mestizos.

Los hombres y mujeres de esta otra frontera tenían atributos diferentes, por el hecho de ser protagonistas activos de situaciones de pasaje, diversidades y encuentros. Particularmente en el caso de los indígenas, ellos lograban mantener su identidad en medio de este aparente caos cultural, como demostrando que era posible estar con otros, acercarse y encontrarse superando los riesgos ciertos -que por supuesto los había- de dejar de ser ellos mismos. En todo caso, con la posibilidad de enriquecerse por el intercambio con el otro.

Pero un proyecto de país en el que debía imperar el color blanco de la piel, la homogeneidad en el pensamiento y donde la propiedad de la tierra debía estar al servicio de los intereses vinculados con la exportación de carnes, un panorama como el que presentaba la vida de los indios de las pampas, provocaba no sólo rechazo sino pavor. El indio con sus chuzas, sus crenchas y su olor a grasa de potro, montado en su caballo embrujado, no encajaba en esa concepción del mundo. Y ya no era sólo el indio el que no encajaba; no encajaba todo un universo múltiple donde lo distinto y la mezcla era la norma. Por eso a los argentinos nos enseñaron, siempre y desde muy pequeños, que esa frontera y lo que había del otro lado indicaba todo lo que había que excluir y negar, cuando en realidad ella nos sugería que era posible la confluencia de las diferencias.

A fines del siglo XIX, la frontera, que durante tanto tiempo había desvelado a los impulsores de la ocupación definitiva de los territorios indígenas, fue testigo de la concreción de esos deseos. La "Conquista del Desierto" borró en 1879 los límites, expandió el Estado nacional y empujó a las comunidades indígenas junto con todo aquel mundo fronterizo a la marginación y el olvido.

Un mundo integrador.


Las últimas corrientes de investigación acerca del fenómeno de la frontera, no sólo en la Argentina sino en otras partes del mundo, la conciben -más allá de los proyectos originarios de verlas como líneas claras de separación- como "cuerpos vivos", zonas de interacción en las que el intercambio era la regla.

En el caso que ahora nos ocupa, si bien la frontera fue arrasada, no se pudo eliminar a toda la gente ni a su historia, que también es la nuestra. Los indios siempre estuvieron aquí, y volvieron una y otra vez. En nuestros días, y cada vez con más fuerza, coincidiendo con un movimiento de recuperación étnica y cultural que se da a nivel de todo el continente, nos recuerdan con su presencia y su vigencia que la sociedad argentina es una sociedad heterogénea, con grupos poblacionales muy diferentes, con culturas muy diversas. A su vez, esta realidad que siempre fue lo que se negó, es lo que hoy resurge como lo contrario, constituyéndose en una de las claves de nuestra riqueza. Lo que tradicionalmente se vio como una parte de nosotros a anular, hoy es una realidad vital a integrar.

La metáfora de la frontera regresa hoy pero con otros contenidos, ya no con el del estigma de la separación que le dio origen sino con la idea de integrar a distintos mundos en un mismo pie de igualdad, recreando una sociedad y una cultura de todos, en la cual el respeto por las diferencias, las identidades múltiples y el pluralismo sean un aporte indispensable para el conjunto.

Esta nueva visión posibilitará encontrar nuestras propias zonas grises y ablandar nuestros límites para entonces encontrarnos y comunicarnos con los otros, como alguna vez muchos indígenas y muchos blancos de no hace demasiado tiempo, imaginaron que podía ser posible. Como aquella india rubia de Yorkshire, que aparecía y desaparecía por la frontera montada en su caballo, como en un sueño.
Carlos Martínez Sarasola

Trabajo de campo para recuperar una cultura.
El antropólogo Carlos Martínez Sarasola y su equipo de la Fundación Desde América encabezan una larga búsqueda que ya comenzó a dar resultados. En mayo de este año se presentó el primer capítulo de la serie documental "Indígenas de la Argentina, un viaje por el arte y la cultura de los pueblos originarios". Este video, de excelente calidad audiovisual, permite un recorrido que va desde el poblamiento de América hasta el presente. El trabajo forma parte de un ambicioso proyecto de investigación que se va materializando mediante viajes a todos los rincones del país, con filmaciones, reportajes y búsquedas incansables. La propuesta, según cuenta Sarasola, fue "desandar la senda de los antiguos; revalorizar el arte, la cultura y la cosmovisión de los pueblos originarios y redescubrir esa presencia en nuestros días". El ciclo está dividido en seis grandes temas, cada uno de ellos desarrollado en uno o dos videos educativos que se acompañan con cuadernillos didáticos. La razón del trabajo que está en pleno desarrollo, la explica el antropólogo así: "Para que todos podamos conocer mejor el aporte a la cultura nacional de nuestros pueblos aborígenes. Porque sin el reconocimiento de sus raíces, ningún pueblo puede crecer".

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Si se habla de deportes de honda raigambre nacional, todo comienza con el Pato.

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Destreza, coraje y bravura son condiciones indispensables para este deporte de a caballo que nació en nuestro territorio hace cuatro siglos. Declarado deporte nacional en 1953, el Pato también se arraigó en Europa como fecundo embajador de nuestras tradiciones.

Si se habla de deportes de honda raigambre nacional, todo comienza con el Pato. Hace nada menos que cuatro siglos que este juego se viene desarrollando en tierra argentina. En etapas iniciales, la falta de una reglamentación establecida marcaba notables diferencias con la forma en que hoy se lo practica. Pero el Pato siempre demandó la presencia en la cancha de eximios jinetes, capaces de moverse con habilidad, arrojo y bravura, y de caballos veloces, resistentes y de probada guapeza. Unos y otros protagonistas fueron evolucionando en su adaptación a las rigurosas exigencias de la competición y los renovados cambios reglamentarios. Cada partido constituye una genuina fiesta en la que se celebra la vida del campo y su gente.

Hemos rescatado una descripción de una corrida -así se las llamaba entonces, vinculándolas con la lidia de toros-, obra del naturalista y marino español Felix de Azara (1746-1821), quien la ubica en 1610, en los suburbios de Buenos Aires con motivo de la beatificación de San Ignacio de Loyola. "Para una corrida se juntan dos cuadrillas de hombres a caballo y se señalan dos sitios apartados entre sí como a una legua. Antes se cose un cuero en el que se introduce un pato dejando la cabeza afuera. El referido cuero tiene dos asas o manijas que son tomadas por los dos más fuertes de cada cuadrilla, situados en el punto medio de la distancia entre ambos sitios. Metiendo espuelas los jugadores tiran fuertemente hasta que el más poderoso se lleva el pato quitado a su rival. El vencedor echa a correr y los del bando contrario lo persiguen y lo rodean tratando de tomar alguna de las manijas. Si lo logran se ponen a tirar del modo relatado, resultando al final ganadora la cuadrilla que llega con el pato al punto señalado como meta", narra Azara, cuyo nombre fue asignado a una calle del barrio porteño de Barracas.

El espíritu del juego y la carencia de normas hacían que la puja tuviese rasgos de lucha larga y sostenida. Un deporte popular y violento, ideal para mostrar las claves de la existencia cotidiana del paisano de las pampas. Curiosamente surgen afinidades entre esta imagen primera del Pato y la versión inaugural de lo que después sería el fútbol, que tuvo por escenario la campiña toscana, en Italia.

En este caso se enfrentaban habitantes de dos pueblos vecinos y vencían quienes llevaban el consabido cuero, que guardaba la testa de un animal, hasta el caserío de los adversarios. El cuero, naturalmente, era empujado a patadas.

Prohibición y reglamento.


Según se aprecia, el Pato era realmente riesgoso para sus primitivos cultores y no pocos partidos concluían con exhibición y variado uso de cuchillos, elemento tan apegado como el caballo a las faenas y la subsistencia del gaucho. De ahí que, al margen de las honras al buen Loyola, la Iglesia presionara para prohibir semejante juego. Las gestiones fructificaron en 1822, por un decreto más tarde ratificado por Juan Manuel de Rosas. Cuesta imaginar a Rosas, ganadero y sobre todo líder de tropas gauchas, oponiéndose a la práctica del Pato. Pero aparece la excelente pluma de Guillermo Enrique Hudson firmando la crónica en cuestión.

Recién en 1937 asoma Alberto del Castillo Posse dedicado a darle impulso a la renovación del Pato: redacta un completo reglamento, introduce el uso de la silla sobre el caballo, idea la pelota de cuatro asas y luego las amplía a seis, como las actuales. En 1938 el gobernador Manuel Fresco -conservador y rosista- deroga la prohibición. De las corridas se avanzaba al deporte organizado.

Nuevas reglas y deporte nacional.
El 5 de abril de 1941 fue fundada la Federación Argentina de Pato, que procedió a actualizar las normas del juego. Y el 16 de setiembre de 1953 se lo declaró deporte nacional y se fijaron reglas definitivas.

Los equipos están compuestos por cuatro jugadores que, mediante pases y combinaciones, procuran eludir la acción de sus rivales y finalmente introducir el pato en un aro de 1 metro de diámetro, ubicado sobre postes de 2,4 m que se enclavan cada uno en las cabeceras de la cancha. ésta mide entre 180 y 220 m de largo por entre 80 y 90 de ancho.

Es obligatorio que el jugador que tiene el Pato lo ofrezca a sus adversarios con el brazo extendido en posición perpendicular a su cuerpo y correctamente sentado en la montura. Cualquier movimiento que se realice para impedir que el rival tome una manija -salvo que sea para efectuar un pase o tirar al aro- es una falta: se denomina "negada" y la sancionan los jueces. Si dos adversarios se prenden a sendas manijas se origina una "cinchada", que se ejecuta sin que se apoyen en la silla o en el caballo, es decir que se "cincha" a puro brazo y pierna.

Otra jugada ya clásica es la "levantada": desde su silla, por el lado derecho del caballo, el jugador se inclina hasta llegar con su mano a alzar el pato que ha caído al suelo. Para facilitar esta maniobra la montura tiene como base un "lomillo" similar a los utilizados por los jinetes entrerrianos. De ésta base cuelga una trenza de cuero de la cual se toma el jugador con su mano izquierda.

Los jugadores son calificados de 0 a 10 puntos y hay torneos en los que, para emparejar chances, reciben ventaja los equipos de más baja valoración conjunta. Los partidos se dividen en cuatro o seis períodos de ocho minutos de juego y los intervalos duran cuatro minutos, para posibilitar el cambio de caballo. Controlan el juego dos jueces montados, y uno situado fuera de la cancha dictamina en caso de discrepancias. El Pato ha alcanzado mayor auge en las provincias de Buenos Aires, Tucumán, Córdoba, Salta, Mendoza, Santa Fe, Neuquén, Entre Ríos y Corrientes.

Su majestad, el caballo.
El tiempo y las sucesivas reglamentaciones han ido influyendo en la clase de caballo elegido para este deporte. Desde el criollo y su mestización con el de tiro liviano, las características del animal se fueron aproximando a las del caballo de Polo. Velocidad y simpleza de manejo son virtudes esenciales. Por ello se insiste en cruzas con los de sangre pura de carrera, aunque se busca que tengan menos altura y más fuerza. La estampa del caballo de Pato merece especial atención en las exposiciones de la Sociedad Rural. A la raza se la nombra como tipo Polo y Pato. En el orden socioeconómico, jugadores y cabañeros de Pato son a los de Polo lo que la gente de trote es a la de turf.

El Pato en el mundo.
En la década de 1960 el juego llegó a Francia gracias a reiteradas visitas y giras de delegaciones nacionales. La aceptación fue entusiasta y en 1978 se fundó en París la Federación Internacional de Pato Argentino (denominación con un reconocimiento de origen similar al relativo a la pelota vasca).

El Pato se empezó a practicar regularmente en Francia y en el norte de España. Por esta región, sin embargo, se modificaron las reglas de juego para que tuvieran acceso aficionados sin una consumada destreza de jinetes. La variedad se denomina Horse Ball.

Tal como sucede con el Polo, equipos y jugadores argentinos viajan a otros países de América y Europa, y ofrecen exhibiciones con el propósito de difundir el deporte. Las perspectivas futuras son, entonces, ciertamente favorables. El Pato es fecundo embajador de las más arraigadas tradiciones culturales de nuestro país.

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Historia de pioneros: los franceses del Aveyron.

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Los franceses del Aveyron son protagonistas de una de las epopeyas transoceánicas de fines del siglo XIX cuyo destino era la Argentina, la llanura inmensa, el futuro benefactor. Son los habitantes de Pigüé, que se preparan para celebrar sus primeros 120 años con una fiesta criolla al compás de la Marsellesa, el Himno Nacional y las guitarras de los payadores.

En el sudoeste de la provincia de Buenos Aires, a 550 kilómetros de la Capital Federal, se levanta la ciudad de Pigüé. En lengua puelche, pi-hué significa lugar del encuentro, lugar donde se parlamenta. Sus 15 mil habitantes saben que su historia es parecida a todas las historias de los pueblos de la pampa argentina formados por colonos inmigrantes, pero no igual. Porque su origen no está -como en la mayoría de los casos- en las montañas italianas ni en la meseta castellana ni en las estepas del este europeo, sino en un pequeño departamento del sur de Francia llamado Aveyron.

Del Aveyron, entonces, llegaron hace 120 años, con acordeones en el equipaje, las primeras 40 familias de agricultores humildes, 162 personas asustadas pero llenas de esperanzas, que desconocían el castellano, hablaban apenas el francés y sólo se comunicaban en su idioma local, el occitano, una antigua lengua del medioevo también conocida como provenzal. Vinieron corridos por la grave crisis económica y la sequía que asolaba a su tierra, tentados por dos compatriotas aventureros, Clément Cabanettes y François Issaly, quienes ya habían dado las puntadas iniciales a su gran negocio en la Argentina: la compra de tierras ganadas a los aborígenes durante la llamada Conquista del Desierto, repartidas luego entre los militares y vendidas por éstos y por el Gobierno a quienes se comprometieran a poblar y a sembrar.

Así, el 25 de octubre de 1884, los futuros colonos de la pampa se embarcaron en el vapor Belgrano, en el puerto de Bordeaux, con los pasajes de ida en la mano y sin mirar atrás. Pocas semanas después, a las 6 de la mañana del 4 de diciembre, en un tren proveniente de Buenos Aires, llegaron a la zona de Pigüé, inmensa llanura al pie de la sierra de Cura-Malal.

Los pioneros se llamaban Girou, Issaly, Lacombe, Soulages, Savy, Crozes, y Pomiès, entre otros. Su nueva tierra consistía en una superficie de 27 mil hectáreas, que adquirieron a 40 pesos la unidad. Pero ese precio no era todo en el contrato: debieron pagarle a Cabanettes, durante los primeros seis años, la mitad de sus ganancias por la cosecha de trigo. El aventurero se comprometía a proveerles los primeros alimentos, el material agrícola necesario y los animales domésticos, así como campos sembrados y prontos para la cosecha, entre otros puntos. Cabanettes debía saldar, a su vez, la deuda con quien le había vendido las parcelas. Apenas un año después, el adelantado francés fundó la primera escuela de Pigüé. En 1886 se celebró el primer casamiento en el pueblo, entre el fundador François Issaly y Léonie Viala. Poco más tarde, se inauguró el Molino de Trigo. Luego, la sociedad mutualista La Fraternelle, la primera iglesia y la aseguradora El Progreso Agrícola, que cubría particularmente los estragos causados por el granizo y que fue pionera en su género en el país.

Oíd mortales, enfants de la patrie.


El 17 de abril de 1886 nació la primera pigüense-aveyronesa, Rosa Feuilles, séptima hija de Antoine y Julie Bertual. Se podría pensar que, un siglo atrás, los inmigrantes supieron ese día que nunca más se irían de allí porque ya tenían una nativa, así como los Buendía de Gabriel García Márquez necesitaron tener un muerto para no seguir vagando por la ciénaga colombiana.

Desde 1892 se celebra en la pampa la fecha nacional francesa del 14 de julio en la que se oyen, en perfecto castellano y francés, los himnos de los dos países. Sólo una vez la fiesta se vio empañanada, cuando un exacto 14 de julio murió Cabanettes, en el año del centenario de la Revolución de Mayo.

Pigüé, ya establecida como ciudad, creció y se derrumbó sucesivamente al ritmo de las frecuentes crisis nacionales y, con el tiempo, su gente incorporó al casillero de los malos recuerdos los agoreros textos de los diarios de Rodez que representaban a los estancieros franceses, horrorizados ante la fuga de brazos campesinos. Le Journal de l'Aveyron, alertaba, en 1883: "Argentina, tierra estéril habitada por hordas de indios caníbales, animales salvajes y monstruosas serpientes que lo devoran todo. Confín del mundo donde personajes como ese tal Clément Cabanettes quieren llevarse aveyroneses ingenuos para después venderlos como esclavos. Tierra del engaño para los europeos hambrientos de horizonte". Pero apenas cinco años después, cartas provenientes de Pigüé cruzaban el océano para tranquilizar a los parientes en Francia: "Una gran libertad, una tranquilidad; los habitantes del país son muy buenos con los extranjeros, ellos quieren a los franceses", comentaban los inmigrantes que habían llegado en una segunda ola.

Fútbol y Caballos.
Con los años, los gauchos franceses se convirtieron en grandes domadores del caballo criollo. Los mejores participan, a fines de la primavera y durante el verano, en fuertes competencias en distintos lugares de América del Sur como Brasil, Uruguay o Chile. Algunos de ellos se llaman Issaly, Vigoroux, Litre, y son bisnietos de aquellos colonos del siglo XIX. Los apellidos franceses se mezclaron con los de nuevos inmigrantes españoles e italianos, los pigüenses se agruparon de a once y formaron sus equipos de fútbol. El primero fue el Foot Ball Club Pigüé, fundado el 2 de agosto de 1912, hoy fusionado con el Arsenal. Sólo un mes más tarde nació el Foot Ball Club Sarmiento, en el que los nombres de la primera comisión directiva son de origen francés, español e italiano. Los cánticos de cancha, irreproducibles, son casi idénticos a toda la poesía futbolera nacional, sin una sombra de la célebre elegancia gala.

En diciembre se festejarán los primeros 120 años de aquella patriada y en Pigüé, el lugar del encuentro, vibrará una vez más la sangre francesa, la italiana, la uruguaya, la vasca, la catalana, la bendita sangre de todos en una celebración en la que se oirán cuentos camperos en castellano, se entonará con nostalgia alguna canción occitana traída en aquel barco y, de nuevo, sobrevolará la pampa aquel discurso que dio Cabanettes al cumplirse el primer cuarto de siglo del pueblo: "Permanezcan agrupados, fuertemente unidos por el interés general; sean pacíficos servidores de la ley, usen vuestros derechos, cumplan con vuestro deber".

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Cabalgata de Fé y Tradición.

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Más de 4 mil peregrinos a caballo, provenientes del interior y de países vecinos, rinden tributo anualmente a la Virgen de Luján. Los participantes visten ropas típicas y gauchescas y mantienen viva una tradición que se inició sesenta años atrás.

Una larga hilera de hombres, mujeres y niños a caballo, ataviados con atuendos típicos y gauchescos, se congrega cada año frente a la Basílica de Luján para confirmar su devoción religiosa y mantener el rito de pasear las tradiciones de sus pueblos. Es una ceremonia marcada por la emoción y la esperanza.
La denominada "Peregrinación a Caballo al Santuario de Nuestra Señora de Luján" se realiza desde 1945 y en la actualidad participan más de cuatro mil jinetes,

pertenecientes a clubes y círculos criollos de todo el país y de otras naciones, como Uruguay y México. El grupo más importante de peregrinos sale del Círculo El Rodeo, ubicado en Moreno. Son ellos quienes trasladan, tirada por bueyes, la réplica de la carretilla que llevaba la imagen de la Virgen cuando llegó a Luján, allá por el año 1630.
La procesión se realiza cada último fin de semana de setiembre, en una cabalgata que se hace en silencio y muy despacio, para no sobrepasar a la carreta y los bueyes. Participan hombres y mujeres de todas las edades y es muy común ver familias enteras. Algunos rezan, piden por la salud de familiares y muchos se emocionan a la vera del camino.

El domingo temprano los peregrinos, provenientes de distintas partes del país, se reúnen en la avenida frente a la Basílica. Llegan desde Mercedes, Chivilcoy, Necochea y de provincias lejanas, como Santiago del Estero. Luego se celebra una misa y se inicia el desfile con la presencia de los 130 abanderados de las instituciones criollas que participan del festejo. Cada institución presenta a varios miembros, quienes con sus ropas de paisanos van circulando por la avenida. Gran cantidad de turistas y vecinos de otras ciudades también ya se han acercado para presenciar el desfile tradicional, que se lleva a cabo entre las 11 y las 16. Los peregrinos y otras personas que llegaron al lugar, terminan la jornada bailando el pericón.

Para conocer lo que sienten los peregrinos en esta travesía, nada mejor que la experiencia contada por uno de los pioneros. Nicolás Merello tiene 83 años y, según afirma es el único protagonista vivo de la primer peregrinación. Desde entonces nunca dejó de participar junto con su esposa Elda.

Nicolás vive en Caseros, lugar por donde solía andar al galope con su inseparable amigo Orlando Binaghi, cuando se inició esta historia. Todo comenzó cuando Binaghi le propuso ir hasta San Antonio de Areco, en una travesía a caballo. Programaron el viaje pero una fuerte tormenta impidió la partida. Mientras esperaban que el tiempo mejorara, fueron hasta el taller del Vasco Velaz a practicar en el fondo el juego de la sortija (el que consiste en pasar debajo de arco con el caballo a gran galope, para tomar la sortija colgada), cuando el anfitrión les dijo que era mejor ir a Luján, un pueblo más cercano donde se iba a realizar una procesión por el Día de la Virgen. "Era un sábado 7 de mayo y la procesión se realizaba el día ocho. Partimos por la tarde y tomamos por Rivadavia porque por la Gaona (donde se ubica la actual autopista del Sol) por aquel tiempo era un basural intransitable", cuenta Merello. Tras nueve horas de viaje, llegaron Binaghi, Merello y otros tres jinetes más a Luján.


Desensillaron y, luego de almorzar, intentaron participar de una competencia de sortijas de la que formaban parte empleados de dos grandes hilanderas de la zona, Linera y Flandria, pero no los dejaron. Por la tarde se inició la procesión, cuyo centro era una pequeña carretilla sobre la cual estaba la imagen de la Virgen. Los jinetes fueron invitados a escoltar el carro con sus caballos y se dirigieron hasta la Basílica. En ese momento, los hombres de a caballo fueron llamados por el cura Anunciado Serafini, responsable de la iglesia quien les dijo: "Miren che, acá vienen peregrinos en bicicleta, en silla de ruedas, a pie y en auto, pero nunca a caballo. ¿Por qué no organizan una marcha ustedes? Se emocionaron. Y no se hicieron esperar: el 7 de octubre de 1945 partió la primer peregrinación integrada por 12 jinetes y, desde entonces, el grupo no dejó de crecer.

Para no superponerse con la caminata desde San Cayetano que se realiza el primer fin de semana de octubre, se decidió correr la fecha de la procesión a caballo para el último fin de semana de setiembre. Nicolás guarda en su memoria el día en que, al cumplirse el 50º aniversario de la peregrinación, lograron la autorización para bailar el pericón dentro de la Basílica. Con emoción confiesa: "Seguramente no se volverá a repetir, fue un momento inolvidable".

Apenas 300 años.
La imagen de la Virgen de Luján llegó a nuestro país en 1630. Era una figura en terracota de María Inmaculada que venía desde Brasil. Había sido solicitada por un hacendado portugués afincado en Santiago del Estero. La leyenda señala que la carreta que la trasladaba, tirada por bueyes, se detuvo al pasar por Luján y fueron infructuosos los esfuerzos para que la caravana prosiguiera. Sólo se hacía posible el andar de los animales cuando bajaban de la carreta la imagen de María Inmaculada guardada en un pequeño cajón.

La figura quedó allí para siempre. El milagro pronto se hizo popular entre los vecinos de la zona y se decidió construir un primer santuario para alojar a la Virgen. En 1887 se colocó la piedra fundamental de la actual Basílica. En 1921 llegó el gran campanario, procedente de Milán, y el 8 de diciembre de 1930 el santuario recibió oficialmente el título de Basílica, concedido por la Santa Sede en ocasión de celebrarse el Tricentenario de la Virgen de Luján. Desde su llegada al lugar habían pasado 300 años.

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Francisco Palomo Giambattista, cura.

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Había llegado precedido por la tristeza de la muerte del padre Roque, fallecido de viejito y penando una larga enfermedad; por la soledad que enmudeció las campanas de la iglesia casi dos meses a causa de la agonía de Roque y la tardanza de su nombramiento, y por la suspicacia que en la chusma del pueblo producía su estampa joven y atlética.

Lo vimos en la puerta de la iglesia en el mismo momento en que se paró frente al edificio con los brazos en jarra, contemplando lo que para ese entonces era un monumento al abandono, con paredes rajadas, flores resecas y velas consumidas; acaso un símbolo de la anarquía religiosa que ese lapso de orfandad espiritual había producido en Villa Garay, provincia de Buenos Aires.
Llevaba dos bolsos que dejó caer pesadamente, y vestía una sotana negra algo desteñida y arrugada por un viaje en tren desde la Capital Federal.

Nosotros, que en ese momento estábamos jugando un picado de fútbol en la plaza que daba al frente de la parroquia, fuimos descubriendo lentamente su presencia, hecho que motivó la detención del partido y generó una tensa espera coronada por el ruedo de la pelota hasta sus talones. Se dio media vuelta, nos regaló su eterna sonrisa, se levantó la sotana negra y le pegó de puntín… Nos había conquistado.
Todos nosotros éramos monaguillos porque nos encantaba hacer sonar las campanas tirando de la soga, porque a la mujer del intendente la "llenaba de gozo" ver a los chicos en la procesión de Pascua y porque era muy redituable "hacerse" del billete más grande que se recaudaba en la dádiva de la misa. Verdadero e inquebrantable código entre nosotros: un domingo cada uno, sólo un billete y a confesarlo en la semana a un cura sordo y senil que no entendía ni medio cuando intentábamos redimirnos con la ambigua frase acordada por todos: "Me quedé con un billete que no me pertenecía".

El padre Roque era oriundo del pueblo, y había sido cura por casi treinta años. Yo lo conocí bastante lúcido: de modales finos y prosa para adentro. Las misas de los últimos años eran patéticas: al viejito se le trababa la lengua, la mitad de la ceremonia la pronunciaba en algo parecido al latín, y apenas dos bancos de la nave principal de la iglesia estaban cubiertos por fieles. En la primera fila la familia de las autoridades políticas, y en la segunda las lloronas de los velorios, entre las que se encontraba mi tía y madrina: Luisa, soltera y muy respetada en el pueblo.
El padre Pancho, que se así se hacía llamar el nuevo cura, tenía como cometido, y vaya que lo logró, llevar el pueblo a la iglesia. De grande entendí lo que muchas veces predicaba en su sermón: "La iglesia es la gente…la iglesia somos todos…la iglesia debe permanecer siempre con las puertas abiertas".

La primera semana de su llegada se la pasó trabajando en el edificio de la parroquia. Temprano, a la mañana, cuando pasábamos para el colegio, lo vimos subido al techo removiendo tejas y ya para esa altura del día, aproximadamente las 7.30, había rasqueteado el frente y limpiado las flores y velas que conformaban esa especie de mausoleo pagano formado en los laterales de la iglesia.

En los días siguientes, pintó las paredes exteriores, cortó el pasto del terreno de al lado, podó los árboles, plantó flores. Arregló la vereda y los faroles del frente del edificio. Desempolvó y quitó toneladas de telarañas, baldeó y enceró de punta a punta la capilla.

Todo en una semana. Solo y su alma, y sin haber cruzado una sola palabra con nadie.
Para la misa del viernes la iglesia era un faro que iluminaba la esquina de Mitre y Saavedra, por cierto oscura desde que tengo memoria.

Tamaña transformación repercutió en asistencia a la ceremonia. A los feligreses de siempre se sumaron los que por curiosidad querían conocer al nuevo cura y los que no se perdían ni por casualidad cada evento social que ocurría en Villa Garay, que eran realmente pocos.

La ceremonia transcurrió, digamos, serenamente, con un sermón locuaz, atractivo, inteligente y sabio, muy sabio. A mí me tocó la campanilla y al Homero y al Caio, los hijos del carnicero, la recaudación de la dádiva.

Con semejante asistencia no era de extrañar que el Néstor reclamara algún dividendo de la recaudación, pues por un lado era el mayor del grupo y por el otro le había tocado en la última misa del padre Roque. La discusión que se armó en la sacristía fue tal, que el propio padre Pancho tuvo que intervenir, no sin percatarse de lo llamativo de la pelea.

Al finalizar la misa, el cura saludó a los feligreses y generó un anuncio que le traería algunos de los dolores de cabeza que se supo ganar. Resulta que cada uno de los bancos de la parroquia tenía una chapita de bronce, a modo de agradecimiento, para cada una de las familias que en su momento habían contribuido con la "obra de Dios". El padre Pancho comunicó que las iba a retirar, y que a modo de símbolo le entregaba a la esposa del intendente la que correspondía a su familia.

A don Fortunato Paredes, el intendente, se le atragantó el discurso que pensaba ofrecer y a los balbuceos del político en pos de darle las "cálidas palabras de bienvenida", lo conminó a que lo acompañara a visitar el hospital "para quienes las palabras, en muchos casos, curan más que los remedios". Anunció que había confesión al otro día, y partió en soledad para el nosocomio.

De nosotros se iba a ocupar en la confesión del sábado. Aunque la asistencia a la misa había variado en cantidad, la práctica de la confesión no había sufrido las modificaciones que este crecimiento implicaba. Estábamos los mismos de siempre. Los viejitos creyentes, las lloronas de los velorios y nosotros, los monaguillos.

Luego de confesar a los mayores nos tocó el turno a los chicos. Los primeros en ir a confesarse fueron por obligación el Caio y el Homero: los "afortunados" del crecimiento espiritual del pueblo.

Jamás me voy a olvidar de la escena. Supongo que el Caio, que fue primero, debe haber intentado superar el trance con la frase ambigua de "me quedé con un billete que no me pertenecía". Seguramente el padre le debe haber preguntado a qué se refería, situación que desembocó en el reto posterior.

El padre Pancho abrió el confesionario quebrantando el secreto que el ritual determina, y con voz severísima le espetó: "La próxima vez que hagas lo mismo te voy a dar una patada en el tujes que no te la vas a olvidar nunca". El terror se apoderó de todos nosotros, máxime si se considera que el Caio no tuvo mejor idea que decirle que no era él solo quien cometía el vergonzoso episodio, y que todos hacíamos lo mismo.

Nos reunió en el patio de la iglesia, nos leó el pasaje del Evangelio que narra cuando Jesús echó a los mercaderes del templo, y nos dio una penitencia colectiva: acompañarlo de a dos a llevar la palabra de Dios a aquellos que no podían (que incluía a los que no querían) acceder a ella durante un año. Así asistimos a leerles cuentos a los viejitos del asilo. Así nos disfrazamos para visitar a los chicos que estaban en el hospital y representar las monerías que él mismo inventaba.

A mí me tocó en suerte acompañarlo en dos paradas bien difíciles: con los que jugaban a las bochas -un núcleo de veteranos anarquistas más ateos que una vaca- y con los vagos que jugaban al tute por plata en el club Sol de Mayo. A los primeros les discutió por horas, con la Doctrina Social de la Iglesia en la mano, las teorías de la revolución. Sin ponerse de acuerdo, por supuesto, aunque ganándose un respeto intelectual verdadero. Con los del club, la cosa fue un poco más divertida, sobre todo para mí. Fue allí donde se presentó como: Francisco Palomo Giambattista, cura, dándole la mano a cada uno de los participantes de la mesa.

Los sacó del partido ligando un tute en la última vuelta, una apuesta que no cumplieron para vergüenza de ellos mismos, buscar trabajo y asistir a misa. La calentura que tenían los vagos de la mesa cuando nos íbamos se resume en la provocación que el Coco, vago y peleador, le soltó al padre Pancho: "¿Cómo era su nombre, padre? ¿Palomo?.. Lindo nombre, pero para mujer…"

El cura lo miró fijamente y yo pensé que se armaba una pelea. "Para usted, padre Pancho, mi amigo, a ver si se enoja y no me deja ganar más…", le respondió. Y nos fuimos caminando lentamente.

Cuando volvíamos para la iglesia le pregunté si no había tenido miedo, y para qué gastar pólvora en chimangos. A lo que me contestó: "Por supuesto que tuve miedo, lo que pasa es que me encanta jugar al tute… En serio te digo". No le creí.

Yo había aprendido una lección inolvidable: la fuerza de la palabra y la valentía que da la convicción. Fue con esos valores que se mantuvo al frente de la iglesia del pueblo durante el año que estuvo con nosotros. Fue con esos valores que llenó la iglesia de fieles. Fue con la credibilidad de la palabra que transformó su sermón en una tribuna de justos reclamos, que la gente apoyaba.

Hasta que se tuvo que ir una mañana de marzo con destino al Amazonas. Estaba contentísimo. Era el lugar de predicación que siempre había soñado, y como pasa con las cosas del espíritu, lo que para algunos es un castigo, para otros es un premio.

Lo acompañamos a tomar el tren, nos saludó uno por uno y nos dio la última lección: "Acuérdense que Dios ha de venir a juzgar a los vivos y a…los zonzos".

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UNESCO patrimonios e iniciativas argentinas.

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Argentina cuenta actualmente con los siguientes lugares declarados como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco:

Perito Moreno Glacier Patagonia Argentina Luca Galuzzi 2005.JPGParque Nacional Los Glaciares.

Bien natural inscripto en 1981.

Localización: Provincia de Santa Cruz

El Parque Nacional Los Glaciares es un sitio de excepcional belleza natural con impresionantes cimas recortadas y numerosos lagos glaciares, como el Lago Argentino, que tiene 160 kilómetros de longitud. En el extremo de éste convergen tres glaciares que precipitan enormes icebergs en sus aguas heladas de color gris lechoso, en medio de un estrépito atronador. (UNESCO/BPI)

San Ignacio Miní.jpgMisiones jesuíticas guaraníes: San Ignacio Miní, Santa Ana, Nuestra Señora de Loreto y Santa María la Mayor

Bien cultural inscripto en 1983, extensión en 1984. Este bien es compartido con Flag of Brazil.svg Brasil

Localización: Provincia de Misiones (Flag of Argentina.svg Argentina) / Rio Grande do Sul (Flag of Brazil.svg Brasil)

En el corazón mismo de la selva tropical están ubicadas las ruinas de cinco misiones jesuitas: San Miguel de las Misiones (Brasil), San Ignacio Miní, Santa Ana, Nuestra Señora de Loreto y Santa María la Mayor (Argentina). Construidas en territorio guaraní durante los siglos XVII y XVIII, estas misiones se caracterizan por su trazado específico y su desigual estado de conservación. (UNESCO/BPI)

1 iguazu falls.jpg Parque Nacional Iguazú.

Bien natural inscripto en 1984.

Localización: Provincia de Misiones

En el corazón de este parque se halla la catarata del Iguazú. Formada por un farallón basáltico semicircular de 80 metros de altura y 2.700 metros de anchura, la catarata forma la frontera entre Argentina y Brasil y es una de las más espectaculares del mundo. Dividida en múltiples cascadas de las que emanan enormes brumas. La selva húmeda subtropical circundante alberga más de 2.000 especies de plantas vasculares y la fauna característica de la región: tapires, osos hormigueros gigantes, monos aulladores, ocelotes, jaguares y caimanes. (UNESCO/BPI)

SantaCruz-CuevaManos-P2210651b.jpgCueva de las Manos, Río Pinturas.

Bien cultural inscripto en 1999.

Localización: Provincia de Santa Cruz

La Cueva de las Manos del Río Pinturas alberga un conjunto excepcional de arte rupestre, ejecutado entre los años 13.000 y 9.500 a.C. La cueva debe su nombre a las huellas de manos estampadas en sus paredes con una técnica similar a la de impresión con plantilla. Además de estas figuras, la cueva posee numerosas representaciones de especies aún vivas de la fauna local, y más concretamente de guanacos (lama guanicoe). Los autores de las pinturas bien podrían haber sido los antepasados de las comunidades de cazadores-recolectores de Patagonia descubiertas por los colonizadores europeos en el siglo XIX. (UNESCO/BPI)

Robben-001.jpgPenínsula Valdés.

Bien natural inscripto en 1999.

Localización: Provincia del Chubut

Situada en Patagonia, la Península Valdés es un lugar de preservación de mamíferos marinos de importancia mundial. El sitio alberga importantes poblaciones reproductoras de ballenas francas en peligro de extinción, así como de elefantes y leones marinos. Las orcas de la región practican una estrategia de caza única en su género, que es el resultado de su adaptación a las condiciones específicas del litoral. (UNESCO/BPI)

Ischigualasto national park.jpg Parques naturales de Ischigualasto y Talampaya.

Bien natural inscripto en 2000.

Localización: Provincia de San Juan y Provincia de La Rioja

Estos dos parques contiguos se extienden por una superficie de más de 275.300 hectáreas en la región desértica que limita al oeste con las Sierras Pampeanas del centro de Argentina. Las seis formaciones geológicas de los parques albergan el conjunto continental de fósiles más completo del mundo correspondientes al Triásico, el periodo geológico que se inició unos 245 millones de años antes de nuestra era y finalizó unos 37 millones de años después. Los fósiles comprenden una amplia gama de antepasados de mamíferos, así como vestigios de dinosaurios y plantas, que ilustran la evolución de los vertebrados y las características de los paleoambientes del período Triásico. (UNESCO/BPI)

AltaGracia.jpgEstancias Jesuíticas y Manzana Jesuítica.

Bien cultural inscripto en 2000.

Localización: Provincia de Córdoba

La Manzana Jesuítica de la ciudad de Córdoba, que fue uno de los núcleos de la antigua Provincia Jesuítica del Paraguay de la Compañía de Jesús, comprende la universidad1 , la iglesia, la residencia de los padres jesuitas y el colegio Montserrat. Este conjunto y las cinco Estancias Jesuíticas de las sierras cordobesas albergan edificios religiosos y seculares ilustrativos de una experiencia religiosa, social y económica sin precedentes, que se llevó a cabo entre los siglos XVII y XVIII y duró más de 150 años.

Cerro de los siete colores.JPGQuebrada de Humahuaca.

Bien mixto inscripto en 2003.

Localización: Provincia de Jujuy

Este sitio se extiende a lo largo de un importante itinerario cultural, el Camino del Inca, que sigue el curso del Río Grande y su espectacular valle, desde su nacimiento en el altiplano desértico y frío de los Altos Andes hasta su confluencia con el Río Leone, unos 150 kilómetros más al sur. En el valle hay huellas importantes de su utilización como vía comercial importante desde 10.000 años atrás, así como de las actividades de grupos de cazadores-recolectores prehistóricos. También hay vestigios del imperio inca (siglos XV y XVI) y de los combates de los republicanos por la independencia de Argentina (siglos XIX y XX).

La inscripción en esta lista es la primera etapa para cualquier futura candidatura. Se han sometido los siguientes sitios:

Salta-VallesCalchaquies-P3140151.JPG
Valles Calchaquíes.

Bien cultural

Propuesto en 2001

Sierra de las Quijadas, San Luis.jpg
Parque Nacional Sierra de las Quijadas.

Bien natural

Propuesto en 2005

Curutchet.jpg
Casa Curutchet en La Plata.

Bien cultural

Propuesto en 2007

Llamas Andhy.JPG
Sistema Vial Andino/Qhapaq Ñan.

Bien cultural

Propuesto en 2010

Payunmatru.jpg
Campos Volcánicos Llancanelo y Payun Matru, Distrito Payunia.

Bien natural

Propuesto en 2011.

Lago Futalaufquen.JPG
Parque nacional Los Alerces.

Bien natural

Propuesto en 2012

Bien cultural inmaterial

Buenos Aires Tango.jpg
El Tango.

Bien inmaterial inscrito en 2009

Este elemento es compartido con Flag of Uruguay.svg Uruguay

La tradición argentina y uruguaya del tango, hoy conocida en el mundo entero, nació en la cuenca del Río de la Plata, entre las clases populares de las ciudades de Buenos Aires y Montevideo. En esta región, donde se mezclan los emigrantes europeos, los descendientes de esclavos africanos y los nativos (criollos), se produjo una amalgama de costumbres, creencias y ritos que se transformó en una identidad cultural específica. Entre las expresiones más características de esa identidad figuran la música, la danza y la poesía del tango que son, a la vez, una encarnación y un vector de la diversidad y del diálogo cultural. Practicado en las milongas –salas de baile típicas– de Buenos Aires y Montevideo, el tango ha difundido el espíritu de su comunidad por el mundo entero, adaptándose a nuevos entornos y al paso del tiempo. Esa comunidad comprende hoy músicos, bailarines profesionales y aficionados, coreógrafos, compositores, letristas y profesores que enseñan este arte y hacen descubrir los tesoros vivos nacionales que encarnan la cultura del tango. El tango también está presente en las celebraciones del patrimonio nacional, tanto en Argentina como en Uruguay, lo cual muestra el vasto alcance de esta música popular urbana.

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Imágenes de Talampaya, reserva natural y uno de los siete "Patrimonios de la Humanidad" declarados por la Unesco en Argentina.

Los 10 artículos de Argentina Live más visitados durante el mes de Julio 2013.

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1.- Pueblos originarios de la Patagonia: cultura mapuche y araucana.
mapuche_mapEran de estatura alta y cabeza más bien alargada, que solían desformar artificialmente en los bebes. Su forma de vida era nómade y su principal alimento lo obtenían del guanaco y del ñandú, a los que cazaban con arcos, flechas y boleadoras. También recolectaban raíces y semillas y preparaban bebidas alcohólicas. Vivían en toldos de pieles y su vestido era el quillango, manta confeccionada con piel del guanaco con los pelos hacia adentro. Lo adornaban por afuera con dibujos geométricos. Se sujetaban el pelo con una vincha y calzaban mocasines de cuero. También solían pintarse la cara según las ocasiones. A partir del siglo XVI los Mapuches o araucanos fueron penetrando desde Chile y de a poco se fueron extendiendo por la Patagonia y las pampas argentinas. Los Puelches se fueron fusionando con ellos tomando sus costumbres y su lengua. 


2.- Por la Puna, entre salares, ruinas y bellezas naturales.

Importante poblado del Circuito Andino, el pequeño San Antonio de los Cobres persiste en el extremo noroeste de la provincia de Salta, posicionándose como el centro urbano más elevado de todo el país. Se trata de un típico pueblo de la Puna salteña, el cual debe su reconocimiento a la condición de parada del mencionado Tren a las Nubes, que viniendo desde la capital provincial llega hasta el Viaducto La Polvorilla. Para el hombre, la Puna es un ambiente hostil: la altura es sinónimo de baja presión atmosférica y por tanto de menor cantidad de oxígeno en el aire. No obstante, la atracción de los Cobres compensa de sobra el apunamiento o soroche, como se le llama en la zona. El pueblo se ofrece con todo su esplendor de leyenda y riqueza mineral, en tanto la fisonomía indígena atrapa con su arquitectura sencilla y el paisaje circundante asombra al visitante. 


3.- Los dinosaurios de la patagonia argentina.
El "CAROLINII", considerado el Dinosaurio carnívoro más grande del mundo, supera en tamaño al famoso Tyranosaurus Rex. Fue descubierto en julio de 1993 por Rubén Darío Carolini, actual Director del Museo Municipal de Villa El Chocón, en una antigua laguna ubicada 18 km. al sur de Villa El Chocón.
Se ha rescatado el 80% del material fósil del ejemplar, que se conserva en estado óptimo. Se trata de un carnívoro con extremidades delanteras reducidas, de andar bípedo y con tres dedos en cada pata. Medía 13,5 m de largo y su cadera podía alcanzar 4,6 m. Se calcula que en vida pesaba alrededor de 9500 kg. Su cabeza medía 2 m. y su diente más largo, 21 cm. Este ejemplar pertenece al Cretácico Medio de la Era Mesozoica y habitó el área de Plaza Huincul hace 90 millones de años.



4.- Cerro Aconcagua, el pico más alto de América y al mismo tiempo el más alto del mundo fuera de Asia.
La montaña se yergue con 6962 metros de altura. Al norte y al este limita con el Valle de las Vacas y al oeste y al sur con el Valle de los Horcones inferior. Varios glaciares atraviesan sus laderas; los más importantes son el glaciar nororiental o polaco y el del este o inglés. Se encuentra dentro del Parque provincial Aconcagua, y es una montaña muy frecuentada por andinistas de todo el mundo. Estudios geológicos sitúan la elevación del Aconcagua en la edad Permotriásica, unos 200 a 280 millones de años atrás. La montaña fue creada por la subducción de la placa de Nazca debajo de la placa Sudamericana durante la orogenia andina (terciaria, por lo tanto geológicamente reciente). El origen de su nombre no está claro: se discute si viene del araucano o mapudungun Aconca-Hue o del Quechua Ackon Cahuak. Este último nombre significa "Centinela de Piedra".


5.- Lagos y lagunas para quienes gustan de la naturaleza pura.

Para quienes gustan de la naturaleza pura, la República Argentina ofrece entre sus alternativas más atractivas una gran variedad de lagos y lagunas de las más diversas características. Así puede encontrarse aguas en múltiples tonos azulados y verdosos rodeadas de exuberante vegetación, montañas, volcanes, ríos, arroyos y cascadas que constituyen paraísos imperdibles.Los amantes de la pesca están de parabienes con la gran cantidad de lugares donde pueden obtenerse preciosos ejemplares de truchas, salmones, surubíes, dorados, pejerreyes y tantos otros que abundan en los lagos, lagunas y ríos de todo el país.Cada lago tiene su encanto, y su fisonomía difiere en cada estación del año.


6.- El Parque Nacional Copo se destaca por su alto valor en biodiversidad, buen estado de conservación y escasa ocupación humana.
copo_logoEl Parque Nacional Copo se ubica en el extremo nordeste de la provincia de Santiago del Estero, Argentina. Fue creado en 1998, aunque la zona era un área protegida desde 1968 bajo la forma de Reserva Natural; y a partir de 1993 como Parque Provincial. Posee 114.250 ha, que serán ampliadas mediante el anexo de un Parque Provincial.El Parque representa un área de conservación para el quebracho colorado santiagueño, cuyos bosques han sido talados en forma indiscriminada durante el siglo XX, para la obtención de madera y de tanino.


7.- Costa Atlántica 1.200 km de playas para elegir.

Al Norte de San Clemente del Tuyú vale la pena visitar la Reserva Natural Punta Rasa, donde las aguas del Río de la Plata desembocan en el océano Atlántico. En esta reserva se alojan miles de aves migratorias que hacen escala en su largo viaje desde el Hemisferio Norte. Muy cerca de allí, el Faro de San Antonio invita a subir con un elevador a la cima para ver el relieve de la Bahía de Samborombón y una panorámica de los balnearios cercanos. El complejo de termas marinas del Parque Bahía Aventura es único en el país por sus aguas medicinales que provienen del océano.


8.- Áreas naturales protegidas de Argentina: Parques Nacionales y Reservas Naturales. 
La República Argentina cuenta con parques y reservas naturales que pertenecen al Estado Nacional Argentino y que, por tanto, son patrimonio de todos los ciudadanos argentinos, formando un sistema nacional de áreas protegidas por ley. Aunque la cantidad de Parques Nacionales, reservas naturales y Monumentos Naturales es numerosa, la cifra aún puede incrementarse dado que existen sitios de gran valor paisajístico natural, o de gran valor ecológico natural, o ambas cuestiones a la vez, que les ameritan para ser integrados dentro del sistema nacional argentino de áreas protegidas. Incluso este sistema puede involucrar áreas culturales (con más precisión: arqueológicas —como laCuevas de Las Manos-, històricas o de otro tipo).


9.- Parque Nacional Quebrada del Condorito mágico rincón natural de 40.000 hectáreas.

El Parque Nacional Qurebrada del Condorito es el primer Parque Nacional en la provincia de Córdoba, creado en 1996 con el objetivo de proteger la naciente de las cuencas hídricas, de vital importancia en el territorio, y para la conservación del hábitat de reproducción del cóndor andino. Ubicado al oeste de la provincia de Córdoba, abarca una parte de la Pampa de Achala (entre los 1900 y 2300 metros de altura) y las quebradas lindantes sobre el cordón central de las sierras grandes cordobesas.


10.- Suipacha, tierra de quesos: un nuevo itinerario guiado abre la puerta a la rica tradición láctea de la provincia de Buenos Aires.

Los años, el ferrocarril, el progreso y la llegada de los inmigrantes –vascos primero, pero después también numerosos irlandeses– terminaron de forjar la fisonomía de esta zona rural que hoy expresa lo mejor de sí misma en su tradición lechera. Una tradición que supo de vaivenes y altibajos: Suipacha no es un mundo aparte, sino un “botón de muestra” bien representativo de los pueblos del campo argentino. Como tal, también sabe de agudizar el ingenio, y a mediados de 2008 –cuando la sequía y la crisis económica internacional echaban sombra sobre la pampa– se puso manos a la obra y dio vida a una iniciativa que unió turismo y producción: es la flamante y tentadora Ruta del Queso.


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Luisa Calcumil con la voz de la antigua sabiduría mapuche heredada de sus "queridos antiguos".

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Protagonizó la película Gerónima y lleva por el país y el mundo la sabiduría mapuche heredada de sus "queridos antiguos". 

Tan dulce como firme en sus convicciones, consagra su existencia a la defensa y la difusión de la cultura de sus paisanos.
Luisa Calcumil -cuyo apellido significa Oro delBrujo-, es profunda hasta cuando bromea. Dice que enfrenta la triple adversidad de ser "mujer, indígena y artista". Protagonista de la película Gerónima, de Raúl Toso; recordada por su papel en La Nave de los Locos, de Ricardo Wullicher, es una viajera incansable que lleva su arte y su mensaje allí donde la llamen. 


Honrada con decenas de premios, esta mujer de 54 años, menuda, de ojos penetrantes y hablar pausado, acaba de llegar del Foro Mundial de Barcelona 2004, al que fue invitada como representante de la cultura mapuche. 

En la dimensión de la calidez de su casa, insertada en un barrio obrero, entre la atención de un marido carpintero y la preocupación permanente por la historia de su pueblo, Calcumil ya está pronta para partir hacia donde otros la esperan para aprender con ella, para compartir con ella.
Cuando le preguntan por su lugar de nacimiento, usted dice "Fishke Menuco", ciudad de Río Negro que en los mapas oficiales lleva el nombre de General Roca. ¿Qué significan para usted esas dos denominaciones?
Yo nací el 18 de febrero de 1950 en Fishke Menuco, que significa Pantano Frío, y así es como llamaban a este lugar los queridos antiguos y así yo lo sigo llamando. Lo que pasa es que hay tantas contradicciones en la historia que nos han contado que justamente yo no voy a disimular eso ni tampoco voy a decir otro nombre del lugar donde naturalmente he nacido. Al contrario. Puedo dar testimonio de que estamos vivos y de que somos gente natural, de una profunda vida espiritual heredada de nuestros queridos antiguos.

¿Desde cuándo es artista?
Alrededor de los 25 años tuve la posibilidad de acceder a esta expresión. Cuando yo empecé, en 1975, eran años muy difíciles y algunos directores, que andaban buscando un refugio dónde ampararse, llegaban a lugares tan apartados como éste. Acá llegó un director maravilloso, un maestro del teatro independiente, Eugenio Filipelli. Con él comencé, he abrevado en el teatro popular y me siento una trabajadora que genera espectáculos de cuño indígena y popular.

¿Cómo la sienten a usted los mapuches?
Hay gente que conoce mi trabajo, mis paisanos, y son los que me llevan a distintas comunidades. Yo nunca llegué para decir "bueno, acá vengo, vean lo que traigo". No. Como soy paisana, tengo como unos modos diferentes. Si a mí no me invitan, yo no me voy a ir a poner por delante. Lo que más me hace sentir feliz es que mis paisanos sientan que pueden llamarme e invitarme a sus escuelas rurales, a sus comunidades, a sus ceremonias y sientan que tienen al lado a una paisana, no a una estrella sino a alguien que ha podido decir las cosas que tal vez ellos están pensando o que se apagaron tanto tiempo.

Se sienten muy bien representados por usted.

Yo no sé, porque representación me suena a democracia, democracia me suena a elección, y a mí nadie me ha elegido sino que tengo una tarea que llevo con alta pasión y que está destinada a dar a conocer nuestros valores, nuestra cultura, nuestras delicadezas paisanas, como digo yo. A nosotros siempre nos han pintado con los colores del dolor, con los colores de la tristeza, y si todo eso hubiera sido nuestra existencia, nosotros no estaríamos vivos. Hay algo más fuerte y eso es lo que yo trato de transmitir para ganar no el reconocimiento para una actriz sino para todo un pueblo que está vivo, que sigue teniendo hijos, que sigue pensándose parte de este país y que necesita reconocerse, ¿no?

¿Usted cree que hay una verdadera integración entre las comunidades aborígenes y el resto de la población?
Como todo es un proceso, creo que se ha dado una apertura muy grande que permite que la sociedad argentina por lo menos esté atenta. Lo peligroso es estar de moda o pasar por un objeto exótico y llamativo de manera individual.

¿Dónde prefiere actuar?
Para mí lo maravilloso es el público. Y la verdad, si usted abre el diario de hace veinte días, La Voz del Interior, ha saltado en la tapa "Ovación para Luisa Calcumil en Córdoba". En Buenos Aires sucede lo mismo, en Rosario, en Bariloche, en una escuela de la Patagonia. La verdad es que no puedo hacer ninguna distinción porque siempre la hondura y ese respeto, y esas posibilidades de tener público y de tener quién organice -sin que haya atrás de mi trabajo un productor o una firma que auspicie-, eso, yo creo que habla de otra Argentina.

Cuando actúa en algún lugar de Europa ¿existe ese entendimiento? ¿O es una moda de los europeos mirar para acá y decir "ay, qué lindo, viene una india de Argentina"?
Claro, de Sudamérica... Pero a mí, no sé si será por la forma que tengo de comunicarme, que muy pocas veces me ha llamado gente que está desubicada, digamos. Y cuando he ido a trabajar a Francia, o a Alemania, siempre la gente que me convoca es de alta mirada humanística. Por suerte, creo que la gente a mí me cuida y sabe en qué marco invitarme.


Entonces, nunca se sintió discriminada como actri
z.
En realidad sí, en muchas ocasiones. Pero yo no hago hincapié en la discriminación que se hace conmigo.

¿Y como integrante de la comunidad mapuche?
Yo estoy más expuesta que el resto, pero bueno, también muchas veces digo que lo que pasa es que se me hace difícil porque enfrento la triple adversidad de ser mujer, indígena y artista.

Claro, es demasiado, ¿no?
Y ya ando cincuenteando largo, así que en cualquier momento empiezo con el tema de la tercera edad también... (se ríe)

¿Cree que desde su trabajo como actriz y todo lo que usted hace enseñando, se puede modificar algo?
Sí, se puede modificar mucho. Pero además porque yo creo que nuestro pueblo ha sufrido distintos atropellos. Hay que hablar de la historia reciente, también, y no tan reciente, como el proceso militar, como el tema de Malvinas, como toda la crisis que estamos pasando. Creo que eso ha hecho que mucha soberbia, que mucha indiferencia haya desaparecido. Entonces, yo encuentro en distintos lugares grupos trabajando, especialmente en el sector más humilde. Que lamentablemente a veces aparecemos sólo en los casos de violencia. Pero no se habla de todo lo que construye la gente en el trabajo, la gente que tiene ascendencia campesina, que tiene una fuerza moral más grande y entonces no se deprime tan rápido y no pasa a ser una víctima, sino que pasa a ser un brazo que se extiende para amparar a alguien que está en la droga, o que está tomado por el flagelo del alcoholismo o que está ahí, sin trabajo, que vamos generando en distintos rincones actividades colectivas que tienen que ver con la alegría.

¿Qué otros referentes hay de la cultura mapuche, aparte de usted? Recuerdo a Aimé Painé, que murió hace unos años.
En realidad, Painé fue una gran trabajadora de la cultura. Fue la primera, cuando nadie se atrevía ni siquiera a decir "mi abuela es indígena". Ella murió joven, en 1987. Yo tengo un trabajo en el espacio del arte, de la cultura. Hay comunidades que tienen sus lonkos (caciques), sus ancianos, sus ancianas, sus jóvenes que militan también en las reivindicaciones de los derechos de nuestra gente. Esto es real en la Patagonia, en el Neuquén, en el Chubut, en Río Negro. Hay gente nuestra que enseña la lengua, también. Entonces, yo creo que -sin querer competir para nada, al contrario-, hay en la familia mapuche mucho trabajo, mucha conciencia también. Y fundamentalmente, nosotros aquí, en la Patagonia, llevamos adelante nuestra máxima ceremonia religiosa, el Nguillatún. Para mí, este acontecimiento es un bastión cultural.

¿Usted siempre participa?
Sí, me invitan los caciques, los jóvenes, nuestra gente mayor de distintas comunidades. Donde puedo llegar, llego.

¿Cómo sintió la comunidad mapuche, hace unos pocos años, la proyección de una telenovela que describía algunas costumbres y rituales de la gente del Sur? Transcurría en San Martín de los Andes, con Héctor Alterio como protagonista.
Sí. Me llamaron, y cuando me propusieron el trabajo, me hablaron de lo económico. Entonces yo dije "no, yo antes de hablar de lo económico, lo que quiero es ver el guión". Y bueno, santas pascuas, no me llamaron más. Lo que pasa es que... no se profundiza. Es que no les da el tiempo, con la vertiginosidad con que se hacen estas cosas. Y además, la ficción la pensaron ellos así. Yo, como artista, en las películas que he filmado, siempre he conversado muchísimo con los directores y más de una vez se me dijo "pero Luisa, esto es una ficción". Y yo les digo "sí, pero una ficción que habla de nosotros".

Ustedes tienen la figura de la machi (sacerdotisa), del lonko (cacique).
En realidad, en la parte de Argentina no quedan machis. Y hace muchísimos años que no quedan, ¿eh? Lo que pasa es que la gente que no sabe, arma cosas y, como no conoce profundamente, toma un libro y dice "la machi, el cacique..." y ya sobre eso da vueltas, ¿no? Entonces, si yo digo "no hay machis", dicen "ah, qué lástima, qué deterioro de la cultura".

¿Cómo es su vida cotidiana?
Yo ando trabajando, no tengo representante, tampoco ando haciendo contactos, pero ya lo que me requiere la gente hace que yo tenga que atender mucho mi trabajo. Tengo cinco propuestas expresivas de cuño popular e indígena, algunas son más teatrales y otras son más musicales, y las voy llevando a distintos lugares. Donde me invitan, llevo. Entonces, mi vida cotidiana tiene que ver con atender esa parte de mi trabajo, con mi entrenamiento como actriz, y también la atención que merecen mis paisanos. A veces a mí me llega visita. O yo tengo que pasar a visitar a alguien. Por ejemplo, a una gran artesana nuestra, que yo tengo que atenderla, que yo la tengo que visitar a ella, porque ella es una sabia. Y porque ella con su palabra y su trabajo, me cuida, también. Y hace muchos años. Y eso es parte de mis exigencias, de mi autoexigencia.


Anda como la hormiguita viajera, de aquí para allá.
Sí. Pero también es hermoso poder decir que vivo aquí en el Sur y que puedo recibir visitas aquí en el Sur. Mis paisanos me visitan. Hombres, mujeres, niños, ancianos, a mi casa llegan. Y eso a mí me da también una gran alegría.

Tiene una casa muy cálida.
Y, sencillita, pero sí. Vivo con mi marido, con el que hace treinta años estoy, con el que he tenido dos hijos: una mujer y un varón. Mis hijos ya andan lejos, han decidido ser artistas ellos también, y mi marido es carpintero. Es un hombre sencillo, nacido en la provincia del Chubut, en el campo. No es mapuche, él es criollo, de raíz campesina.

¿Sus hijos tienen nombres mapuches?
No, no. Mi hija tiene el nombre de mi madre y mi hijo tiene el nombre de un abuelito mapuche que me enseñó cosas muy importantes cuando yo era muy pequeñita.

Está de moda poner nombres mapuches, ¿no?
Sí, le ponen al hijo Nahuel pero al ratito, cuando se porta mal, le dicen "no seas indio".

Usted utiliza mucho el humor en sus obras, aunque sean cosas trágicas las que narra.
a ironía tiene esta posibilidad de calar hondo en la lucidez, me parece. Si uno no quiere ser chabacano, tiene que ser muy inteligente para abrevar en el humor. Yo tengo esta pertenencia con mis paisanos y vivo con ellos y me llamaba la atención que siempre nos han pintado con los colores de la tristeza y del silencio. ¡Y nosotros cuando nos juntamos nos divertimos tanto, nos reímos tanto! Y a la par, hombres y mujeres. Es digno de ver como uno dice una cosa más ingeniosa que el otro, y sin agredirse. Entonces, por eso es que en mis obras aparece el humor. Un humor que a veces es muy ácido y otras veces muy tierno.

¿Cuál es su trabajo más solicitado?
Hay un proverbio mapuche con el que yo he titulado una de las obras más requerida: "Es bueno mirarse en la propia sombra". Y es muy importante el contenido, no sólo de la obra sino el contenido de esa frase, para nosotros. Porque mirarse en la propia sombra es ver lo que uno es, lo que uno alcanza, y es una cuestión de autocrítica también, porque para nosotros, si no vemos nuestra sombra, significa que la hemos perdido. Y significa que nuestro espíritu ha sido robado y que cuando ya no estemos vivos, nuestro espíritu estará al servicio del mal. Entonces, si perdemos nuestra sombra, es porque algo hemos hecho mal, o porque algo malo nos ha tocado. Por eso es muy importante para nosotros el sol, por eso la naturaleza, por eso permanentemente nos referenciamos con la naturaleza. A mí, que soy perteneciente al linaje del oro, un anciano me dijo "pero tenga cuidado con la pretensión de querer brillar más que el sol". Así me dijo.

Y usted seguramente tiene cuidado.
Por eso justamente lo alcancé a escuchar. Por eso digo, eso significa para mí vivir en el Sur. Eso significa para mí -aunque viaje en avión y maneje una computadora- ser mapuche.

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Hugo Diez uno de los más destacados pintores expresionistas argentinos contemporáneos.

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Es uno de los más destacados pintores expresionistas argentinos contemporáneos. Los caballos han sido una constante en su vida y los ha retratado en sus formas más diversas, con una fuerza y una potencia que sorprenden.

Los dedos rozan el pincel, lo sostienen como si lo estuvieran acariciando. La imagen que devuelve el óleo guarda una belleza inusual: una partida de indios a caballo sobre alguna planicie patagónica y, al fondo, un cielo de grises tonos presagiando tormenta. En la habitación, los tarros de pintura desparramados sobre el suelo y la paleta llena de colores guardando un orden que sólo el artista conoce.

Como si en la punta de las yemas llevase la imagen precisa de lo que piensa colocar en el lugar y el ángulo exacto de la tela, Hugo Diez pinta. Es un hombre sin grandes escuelas académicas pero lleno de talento. Comenzó a dibujar y pintar en plena niñez, pero fue a los once años cuando pretendió calzarse el rótulo de artista. En Trenque Lauquen, su ciudad natal, se llevó a cabo un concurso de muralistas y uno de ellos, Ernesto González Garone, le fue a pintar, justo a él, una de las paredes de su casa. Hugo sintió que se le inflamaba el pecho y decidió emularlo. Tiempo después se llevaría a cabo un certamen interescolar y el mocoso de once años, el preferido del dueño, director y maestro del Colegio Politécnico, don Raúl Moyá, lo terminaría ganando. 

Enchastrado de pies a cabeza, el novato pintor entregaba a la admiración de su selecto público - sus compañeros y maestros - su primera gran obra: un mural de dos metros y medio de ancho por dos de alto. La sonrisa le iluminaba la cara, se sentía en la cumbre. Demostraba que no en vano su mecenas, don Moyá, había invertido tiempo y dinero en su talento.

Si bien no había antecedentes familiares, sus padres lo estimularon tempranamente, elogiando cada composición que el pequeño bocetaba sobre un papel. Pronto descubrió que la historia argentina esta bordeada por un animal con características únicas: el caballo. Seducido, se abocó con esmero a retratar esa imagen. 

A raíz del concurso de muralistas, González Garone y Rodolfo Campodónico, dos de los mayores referentes de la época, se quedan a vivir en la ciudad y fundan la Academia de Artes Visuales, a la que concurre el niño pintor. Era el gurrumín del grupo, integrado en su gran mayoría por jóvenes grandes. La experiencia de la Academia duró poco. 


El hecho de vivir en una región como la llanura pampeana, rodeado de animales y campo, lo llevaron a elegir la carrera de Veterinaria. Al terminar la secundaria se subió a un ómnibus y se fue a la Capital Federal, persiguiendo lo que él creía era su vocación. Su estadía se tornó abúlica y comenzó a ganarse la vida como empleado en una empresa cerealera; los libros de Veterinaria yacían en un rincón, arrumbados y repletos de polvo. No tardó en cambiar de trabajo y se vinculó con una empresa de la familia Dorignac, muy ligada al polo. Era un signo: los caballos reaparecían en su vida. Hugo seguía dibujando en sus ratos libres - que eran pocos -, hasta que un buen día dijo "Chau oficina, me voy a dedicar a la pintura", y se largó a desarrollar su arte, a vivir de lo que pudiera vender. 

Era el año 1981. Si bien Diez sitúa aquel momento como el de ruptura con el trabajo formal y el inicio de su vocación plástica, la realidad era que dos años antes su ciudad de origen lo había convocado a una exposición, una muestra con artistas locales que no podía prescindir del hijo pródigo - que por entonces residía en Bahía Blanca -. La muestra se llevó a cabo en la casa de quien en vida había sido un ilustre poeta y docente: Pedro Bonifacio Palacios, Almafuerte. La emoción fue enorme.

Muralistas

El pincel no se cansa de subir y bajar una y otra vez por la tela mientras el artista, con gesto relajado y mirada atenta, va rescatando del aire o desde el fondo de los recuerdos el misterio de las formas y colores. Si bien Diez no reconoce maestros, su gran referente terminó siendo Rodolfo Campodónico, quien con generosidad le compartió los secretos del oficio. 


Las vueltas de la vida lo llevaron a reencontrarse con aquel muralista al que había admirado desde la primera mirada de la infancia. Se volvieron amigos, se visitaban con frecuencia en sus talleres. Un día Campodónico y otro muralista, Juan Manuel Sánchez, son invitados a exponer a la Universidad de San Luis y le hacen extensiva la convocatoria. Al llegar a la ciudad puntana se encontraron con que los empleados estaban en huelga: "Muchachos, lo lamentamos mucho pero estamos de paro y no hay exposición que valga", les dijeron. Se quedaron durante tres días compartiendo la mesa, las horas, y las historias, que con pasión narraban sus colegas. él se dedicaba a escuchar y aprender mientras los días se completaban con la contemplación de los cerros que Campodónico iba bocetando.

Hoy, en una pared de su taller pende como un tesoro el trabajo que su ya desaparecido amigo le dedicara. "Querían hacerme muralista a toda costa - recuerda ahora - y si bien a mí me fascinaba un Rufino Tamayo, un Diego Rivera, un David Alfaro Siqueiros o un José Clemente Orozco, nunca me tocó expresarme como lo hicieron ellos". La admiración de Diez siempre había estado fija en la figura del pintor argentino Fernando Fáder, uno de los más destacados impresionistas a nivel mundial, nacido en 1882 y fallecido en 1935.

Colores Caribe

Su trabajo por entonces sufría de baches hasta que, cansado, con su flamante esposa Teresa Meyer Arana se subieron a un avión y se marcharon rumbo a Venezuela. La distancia de la Argentina lo llevó a revalorizar sus orígenes. Los caballos, que tanta presencia tenían en su vida, eran objeto de culto; los de polo y los de turf, parte recurrente en su trabajo. Tiempo después le llegaría el turno al caballo rural. "Reemplacé la estética por el sacrificio", reconoce. Si bien estos animales ocupan una parte importante de su tarea, no es menor la dedicación que le da a los paisajes. El trabajo de Diez tiene una extraña fortaleza que se sostiene en una impresionante transmisión visual. La perfección de las dimensiones, la narración plástica de los lugares, los contrastes, la elección de los colores, la luminosidad, todo eso le otorga a su pintura un valor incalculable. "Los paisajes de Diez tienen el estilo llano, sencillo del que conoce lo que plasma.


Es figurativo y le va bien ese lenguaje a lo suyo; es un colorista cauto y no se equivoca con estridencias a la moda. Pretende (lográndolo) ser un intermediario entre la realidad y el arte", supo escribir alguna vez el crítico Albino Diéguez Videla, y con razón. En sus nueve años de residencia en tierra venezolana, jamás se pudo consustanciar con los colores, con la estridencia y la brillantez del Caribe. 

Su predilección por los tonos tierra lo remitían inexorablemente a su lugar de origen. De esa época le quedó un impresionante trabajo, integrado por cuarenta cuadros sobre unas inundaciones que asolaron Trenque Lauquen. Sólo el relato de su padre a través del teléfono y su imaginación lo llevaron a realizar una composición de lugar que resultó reveladora. Era cuestión de levantar el auricular a seis mil kilómetros de distancia y preguntar "A la chacra de fulano de tal ¿hasta dónde le llega el agua?" y la respuesta - que no siempre le llegaba con los detalles precisos - le alcanzaba para ir plasmando la obra.
Él conocía cada loma, cada impronta de terreno había sido lugar de juegos en la infancia. El antiguo Camino Real, los desniveles, los montículos, todo le era familiar, y esa enorme pileta en que se había convertido la llanura pampeana fue a quedar retratada en sus telas con un resultado que lo llenó de orgullo. 

Hoy Hugo Diez, de cuarenta y seis años, sonrisa afable y espíritu jovial, recuerda con cariño esa época de andariego, la cual le entregaría tres hijos - Joaquín, Macarena y Camila - y un equipaje repleto de anécdotas, de gente solidaria, de paisajes sorprendentes, de nostalgias y una obra que lo terminaría consolidando como uno de los grandes expresionistas contemporáneos que dio el país: "Yo soy alguien que se impresiona del paisaje, de la atmósfera, de los olores y trato de expresarlo a mi manera con cierto realismo en la tela, eso es", dice con un marcado despojo este hombre que reside en Potrero de los Funes, San Luis. 


Su obra guarda un secreto que se aviene a compartir: otras disciplinas artísticas forman parte de sus telas aunque no se vean; la poesía y la música, inseparables compañeras de viaje. "Si hay algo que me hace pintar ciertos o determinados motivos, más que mi lugar de origen es la música", comienza a relatar en tono confidente."Inmediatamente hago un paralelo entre la música y la poesía de autores que me gustan, como Jaime Dávalos, Armando Tejada Gómez o Hamlet Lima Quintana. Cada palabra, cada frase, cada verso, cada metáfora de ellos me empuja, me hace cambiar un color", se entusiasma. Los trabajos de este hombre sencillo, de hablar sereno y apasionado, integran muchas galerías y colecciones privadas, pero eso no le hace perder de vista la humildad ni le resta energías para seguir imaginado futuro. 

Hoy este hombre que vive con su familia en Potrero de los Funes, San Luis, sueña con poder plasmar una obra que esté vinculada a grandes compositores de tango, entre los que se destacan Aníbal Troilo, Homero Manzi, Sebastián Piana o Enrique Cadícamo. También lleva consigo la idea de trabajar en un proyecto monumental, el de realizar una macro obra que comprenda todas las provincias argentinas, incluida la Capital, con una producción de al menos cuatro cuadros por provincia. "Quiero ir al rescate de los valores culturales y sobre todo de la labor del hombre, de todo lo que se sigue haciendo de manera artesanal. El retratar a los braseros juntando algodón, los secadores de yerba, de tabaco, los hornos de carbón, para que eso quede conservado", dice.

Hugo consigo lleva marcadas a fuego las palabras que alguna vez allá lejos, en su adolescencia, le confiara Eleodoro Marenco, hombre de grandes conocimientos en la temática gauchesca y quien fue uno de sus referentes: "Vos el caballo en la cabeza lo tenés, podés trasladarlo a través de tu mano, pero al caballo hay que conocerlo en la yema de los dedos. No te canses de acariciarlo, de olfatearlo". La producción de Hugo Diez demuestra que aprendió la lección; su obra posee una potencia que deslumbra, ahora entusiasmado y acostumbrado a las caricias, decidió ir por el resto.


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Nguillatún, el poder de una ceremonia.

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Es un ritual esencial de los mapuches, que les sirve de orientación y permite a la comunidad revitalizarse año a año en su mundo de creencias. La rogativa comienza al amanecer con la cabalgata del jefe de la comunidad y sus hombres. Tres días dura esta ceremonia ancestral en la que pocos
"blancos" pueden participar.

Después de cientos de años, muchas ceremonias del mundo indígena viven y se reactualizan con una intensidad llamativa. La fuerza de la identidad de los pueblos originarios ha logrado que la cosmovisión milenaria se reinstale entre nosotros con renovadas energías.

Algunos ejemplos nos muestran la presencia de ese universo ceremonial que fortalece a los pueblos indígenas y que los vincula, desde estos valores, con la sociedad "blanca": el Año Nuevo que en Sudamérica se conmemora el 21 de junio, coincidente con el solsticio de invierno y que pone a los indios en contacto profundo con el Padre Sol -el llamado Intiq Raymin de las culturas andinas o el Wiñoy Xipantu de los mapuches-; la ceremonia de la Pacha Mama o Madre Tierra, el 1ª de agosto; muchos rituales vinculados con los actos de pasaje, como la horadación de las orejas en las niñas mapuches el Catán Cahuín o el Warachi Kuy de los kollas, en que se impone a los jóvenes su verdadero nombre en la lengua madre.

Es en este contexto que se enmarca el Nguillatún -rogativa- de los mapuches, una ancestral ceremonia que en Argentina ha encontrado, en los últimos años, un campo más que fértil para su crecimiento y expansión a distintas comunidades.

La gente de la tierra

El origen del pueblo mapuche se remonta a unos dos mil años, al oeste de la Cordillera de los Andes.

Buena parte de ellos comenzaron a migrar en tiempos prehispánicos hacia las llanuras del actual territorio argentino, habitadas entonces por los tehuelches, comunidades de cazadores nómades. Integrados por los picunches al norte, mapuches en el centro y huilliches al sur, fue el gran tronco mapuche (gente de la tierra) el que finalmente prevaleció abarcando a diferentes grupos.

Los conquistadores los denominaron araucanos, tomando el nombre de la región del Arauco que los indígenas ocupaban. Eran pastores y agricultores semisedentarios, cultivadores de maíz y papa, pero al llegar a la Pampa y la Patagonia hicieron suyas muchas prácticas de los tehuelches, incluyendo la incorporación del caballo, que modificó sustancialmente su cultura. Sin embargo, los mapuches terminaron impregnando culturalmente no sólo los territorios de Patagonia sino los de la Pampa central, influenciando y mestizando a las etnias autóctonas -tehuelches y pehuenches- y contribuyendo a la conformación de pueblos más recientes como los ranqueles.

Difundieron sus magníficas artes como la platería, el tejido, la cerámica y también su organización social y su lengua, el mapudungun -el habla de la tierra-. También trajeron consigo las machis (mujeres chamanas), los lonkos o caciques, y los toquis (jefes de guerra). Por supuesto llegaron con su cosmovisión y el complejo mundo ceremonial.

Mapuches del Neuquén.

Lo que hoy es la provincia del Neuquén fue clave para el pueblo mapuche, algo así como un territorio elegido para trasladarse desde Chile hacia la Argentina a través de los innumerables pasos cordilleranos.

Allí se concentró además -junto con importantes cacicazgos como el de Sayhueque, el Señor de las Manzanas- una gran producción artesanal que perdura en nuestros días. Hacia fines de 1999 se me propuso participar en la elaboración de un libro sobre el arte de las comunidades mapuches del Neuquén. La idea era dar una visión diferente de las culturas originarias y sus descendientes actuales a partir de su arte, tanto el del pasado como el de nuestros días. Esta mirada permitiría ahondar en aspectos habitualmente no tratados de las culturas indígenas contemporáneas -al menos en nuestro país-, como sí sucede con las culturas arqueológicas. Esta perspectiva posibilitaría, además, la revalorización de los indígenas, ahondando y difundiendo aspectos de su cultura poco conocidos por nuestra sociedad.

Fue así como llegamos al Neuquén hace cuatro años, para concretar el proyecto. Recorrimos para ello miles de kilómetros, visitamos decenas de comunidades, y pudimos apreciar, como en otros lugares de la Argentina, que los aborígenes no escapaban allí a las generales de la ley: una historia de exterminio y exclusión; temas recurrentes como la lucha por la propiedad de la tierra, la discriminación, las carencias sanitarias, la necesidad de una educación que contemple sus propias características y el respeto por sus tradiciones.

Y si bien observamos la pérdida de elementos clave de su mundo, pudimos ver al mismo tiempo cómo se ponen de pie por medio del trabajo de sus organizaciones; la relación con los hermanos que viven del otro lado de la cordillera; la creciente inserción (desde sus tradiciones) en el mercado laboral. Pero percibimos algo más: la recuperación de la cosmovisión y la espiritualidad, como un elemento central y decisivo en todo este proceso de reactualización comunitaria, expresado, entre otras manifestaciones, en su ceremonia esencial.

El Nguillatún.
En una de las tantas comunidades que visitamos, fui invitado a participar de la Rogativa del año 2000.

En realidad puedo decir que fui honrado, dado que, a diferencia de otras comunidades, en ésta es muy poco habitual la presencia de huincas o blancos. Cerca de doscientas personas de al menos tres comunidades, entre los anfitriones y sus invitados, daban marco a un ritual imponente. El año pasado volví a asistir y pienso -si el permiso se renueva- hacerlo regularmente todos los años que pueda. Me ha sido dado el privilegio de compartir con los hermanos indígenas de ese rincón de la Argentina, la posibilidad de estar en un espacio y un tiempo colectivo, que a su vez está fuera del tiempo y el espacio cotidiano. Es el tiempo y el espacio sustancial, sagrado y único de la ceremonia que da sentido a todos por un año más, que sirve de orientación y revelación y que permite la imprescindible revitalización de la comunidad mediante el contacto con el Gran Padre.

El Nguillatún -llamado también Camaruco o Kamarikún- es la ceremonia por excelencia. Durante tres días con sus noches, los participantes danzan, cantan, se pintan el cuerpo con los colores sagrados celeste y blanco y ruegan a Futa Chao -Gran Padre- o Nguenechén -el Dueño de los Hombres- por los cultivos, los animales y la fertilidad en general. Se realiza una vez al año -siempre en la misma fecha- y el espacio donde se lleva a cabo es abierto, circular y sagrado. En el centro se erige el rewe -poste chamánico- o en su defecto árboles que lo suplantan, haciendo las veces de "axis mundi" -eje del mundo-, la unión del cielo y la tierra que a su vez representa los distintos planos del Universo: la tierra de arriba (wenu-mapu), donde residen los dioses; la tierra de medio arriba (anka-wenu), ubicada entre la tierra de arriba y el suelo, en la cual residen entidades malignas; la tierra (mapu), hogar de los hombres y lugar del bien y del mal; la tierra de abajo (minche-mapu), el subsuelo maléfico o inframundo.

Cerrando el círculo ceremonial, se instalan los distintos grupos familiares que participan en viviendas improvisadas que denominan la ramada, ubicadas también en forma semicircular. La rogativa comienza con la cabalgata del jefe de la comunidad y sus hombres, al amanecer. Junto con ellos galopa el guía de la ceremonia, por lo general un anciano. El lonko realiza luego la oración pidiendo lluvia para los cultivos y fecundidad para los hombres y los animales. Todos se dirigen luego al Sol, con las ofrendas, entre las que se destaca el mudai, la bebida ritual.

Después y durante toda la jornada, hasta el anochecer, se lleva a cabo el choike purrun o danza del ñandú, a cargo de grupos de cinco bailarines hombres. Los danzantes son acompañados por mujeres que -sentadas en semicírculo alrededor del espacio central y de espaldas a la ramada- entonan los cantos de la comunidad, y por el kultrunero o tocador del kultrun, el tambor chamánico.

Así transcurre cada día, con los intervalos de las cabalgatas (awün) alrededor del círculo ceremonial y, hacia el mediodía, el especial momento de la comida, que es un ritual en sí mismo. Al caer el sol y hacia el final de la ceremonia, hombres y mujeres bailan y rezan. Es el momento supremo del amu purrun, la danza de todos. A lo largo de los tres días estos pasos se repiten rigurosamente.

El Nguillatún presenta ligeras variantes según sea la comunidad que lo realice pero, en términos generales, la estructura es la descripta. Es un fuerte ritual comunitario que permitió a los mapuches ofrecer una resistencia cultural en defensa de su identidad, encontrarse con las energías (newén) de la vida y conectarse con el Universo (Elchen) del cual ellos se consideran parte. En ninguna de las dos oportunidades en las que asistí a la ceremonia se me permitió tomar fotos (las que aparecen acompañando a este texto no pertenecen a ella), ni grabar o tomar notas. Sí se me invitó a acompañar a los hermanos indígenas en su viaje espiritual comunitario.

La experiencia me ayudó a que sucediera algo conmigo: mi propio viaje de introspección, algo así como mi ceremonia interior y la reactualización del camino de búsqueda y encuentro con la espiritualidad que muchos de nosotros estamos recorriendo desde hace un tiempo. Me sumergí otra vez en el mundo indígena. No era la primera vez que lo hacía; por el contrario, a lo largo de mi vida como antropólogo he tenido muchas experiencias semejantes, pero ahora sentía que había sucedido algo diferente. Como si hubiera llegado a un punto del camino. Probablemente por la maduración del proceso personal, y por las particularidades de la ceremonia a la que asistía.

Ese algo distinto tenía que ver también con la decisión que llevó a los miembros de una comunidad indígena muy celosa de sus tradiciones a hacer participar a un "blanco" de una ceremonia tan cara a ellos; eso me reafirmó una vez más el proceso de apertura que los indios están viviendo desde hace un tiempo hacia otros sectores de la sociedad.

Un año antes de empezar a viajar sistemáticamente por el proyecto del libro, participé de un congreso, también en el Neuquén; durante varios días, indígenas, académicos y especialistas compartimos temas en común. Como cierre, un líder kolla del Noroeste realizó un ritual a la Pacha Mama e hizo un llamado que nunca olvidé: "Deberíamos hablar un poco menos y hacer más ceremonias". Tal vez la vivencia intensa del Nguillatún me enseñó precisamente esto: la posibilidad de encontrar en las ceremonias, un ámbito común que nos ayude a estar reunidos, sabiendo hallar en la espiritualidad un puente más de acercamiento que nos permita seguir avanzando en el difícil pero imprescindible camino de convergencias entre indígenas y "blancos".

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Carlos Casalla padre del legendario personaje de historieta El Cabo Savino.

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Padre del legendario personaje de historieta El Cabo Savino, Casalla se instaló en Bariloche hace cincuenta años. Inteligente y cálido, contó el pasado en sus relatos de manera rigurosa.
El Gran Lago, uno de sus últimos trabajos, fue seleccionado por la Unesco como material de consulta contra la discriminación.

Era un valiente suboficial que recorría la zona de los fortines, desmadejando aventuras montado sobre un caballo flaco y apretando un cigarrillo de chala entre sus labios. Era El Cabo Savino, para muchos argentinos un entrañable personaje protagonista de la historieta no cómica de mayor duración en el país: treinta y tres años estuvo en el papel, siempre de la mano de Carlos "Chingolo" Casalla, su creador. "Por ese entonces estaba de moda un personaje, el Sargento Kirk, creado por el italiano Hugo Pratt - comienza a decir Casalla -. Había que hacer una historia más local, más nuestra. Qué mejor que un cabo medio civil, por qué no un perdedor. Así fue que inventamos un antihéroe, El Cabo Savino".

La historieta, nacida en 1954, intentaba reflejar la época previa a lo que se dio en llamar La Conquista del Desierto; década que fue desde 1860 hasta 1870. Eran tiempos de virtual confrontación entre indios pampas y militares de línea. Savino era un fortinero de aspecto desgreñado, mirada incisiva y escasas palabras, al que le tocó protagonizar reiterados actos de heroísmo en capítulos que tenían algo de trivial y de épico a la vez . En treinta y tres años de servicio no recibió un solo ascenso.

Fue la editorial Columba, quien lo rescató de la cotidianeidad del diario y lo trasladó a las páginas de la revista El Tony.

Tan trascendente resultó la tira que, bajo la dirección del cineasta Juan Carlos Abate , en 1989 fue llevada al celuloide. Se llegó a filmar un episodio que se dio en llamar El Tren, e interpretado por Miguel Ruiz Díaz, Aldo Barbero, Haydée Padilla y el desaparecido Arturo Maly. Diferencias de criterios entre el realizador y el historietista hicieron naufragar el proyecto, que originariamente estaba pensado para ser distribuido en el circuito de videoclubs y que saldría en varios capítulos.

Tiempo perdido.

No era la primera frustración de este hombre nacido en mayo de 1926 en el barrio porteño del Abasto: en su adolescencia Casalla había tenido sueños de clarinetista pero la férrea oposición de su madre lo llevó a optar por la carrera de Bellas Artes. "Me habría gustado ser músico, la música llega más rápido, es más impactante", dice como añorando un tiempo que no pudo ser.

A principios de la década del 50 llegó a San Carlos de Bariloche, pero fue recién en 1969 cuando se instaló definitivamente en esa ciudad buscando un lugar más tranquilo, lejos del vértigo de Buenos Aires. Al principio se ganó la vida trabajando como fotógrafo en el cerro Catedral y como guía de turismo. Con el tiempo, desandaría el camino de la historieta con personajes basados sobre hechos reales o legendarios, instalados en el imaginario colectivo. Tuvo el envidiable privilegio de egresar de la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón en tiempos en que Antonio Berni y Lino Spilimbergo solían transitar sus aulas dictando clases.

El Gran Lago.
No sólo El Cabo Savino supo salir de su imaginación, también modeló personajes como El Cosaco, Alamo Jim y Larsen, entre muchos otros. Casalla trabajó en medios del interior del país pero fue el diario porteño La Razón el que logró masificar la historieta del Cabo Savino.

Hoy, a los 78 años, este hombre de mirada cálida habita un sobrio departamento el que además le sirve como taller. Sentado junto a su escritorio no se cansa de contar historias. Se apasiona, gesticula. De tiempo en tiempo suele mirar por encima de sus lentes y preguntar a sus ocasionales interlocutores: "No te aburro, ¿no?". Como si alguien se pudiese cansar de sus relatos llenos de colores y matices... Es evidente que Casalla impregna pasión en todo lo que hace, y fue este mismo sentimiento el que lo llevó a publicar en 1994 el libro El Gran Lago, que cuenta la historia de la región del Nahuel Huapi desde 1620 hasta 1883. La obra fue seleccionada por la Unesco como material a ser utilizado en la lucha contra la discriminación racial. "Me gustó tanto aprender de nuestra historia que decidí hacer una recopilación para que la gente supiera también de nuestro pasado", relata sin prisa. El libro ilustrado fue fielmente documentado. " Por ejemplo, en la página 15 se reproduce el acta del descubrimiento del lago - remarca - . La trajo un empleado del museo y conseguí una copia. No macaneé nada", dice extendiendo sus brazos.

A lo largo de su vida, Carlos Casalla ha ido juntando pedacitos de pasado y los plasmó con su visión particular en personajes de historieta, a los que supo dotar con actitudes de heroísmo, rebeldía y gestos de humanidad. El espíritu de El Cabo Savino, ese suboficial poseedor de un costado noble, suele compartir el alma y el corazón de su creador, aunque nadie lo note

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La furia del volcán.

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Cuentan los huiliches -gente del Sur- que el volcán estaba habitado por un poderoso pilláñ, el espíritu de un valiente cacique de nombre Lanín, muerto en batalla contra invasores de la región. El pilláñ se había transformado en un firme defensor de los animales y la vegetación de su reino, que terminaba en las orillas de los lagos y en la entrada de los valles.

Un día, guerreros de la tribu del cacique Huanquimil llegaron hasta las cercanías del Lanín persiguiendo huemules, cuya carne usaban para alimentarse y sus cueros para vestirse y fabricar sus viviendas. Sin saber de los peligros que los esperaban, los hombres de Huanquimil se fueron internando tras los evasivos animales, siempre cuesta arriba, escondiéndose entre la vegetación para no asustarlos.

Pero los perros que los acompañaban rompieron el silencio, los huemules escaparon y mucho trabajo costó a los huiliches capturarlos. Finalmente lograron su objetivo y, arrastrando las presas, comenzaron el descenso.

Pero antes de llegar a la base, el pilláñ desató su furia por la muerte de los huemules. La montaña comenzó a temblar, el cielo se oscureció y desde las entrañas del Lanín se desencadenó una gigantesca erupción como jamás se había visto en el lugar. Las cascadas de lava rodaban por las laderas calcinando todo lo que hallaban a su paso, los cazadores desaparecían en las grietas que se abrían en la montaña.

La furia del espíritu del Lanín era incontenible. De nada sirvieron las rogativas del pueblo y sólo la machi, hechicera sagrada, pudo saber cómo calmarlo. Únicamente una ofrenda apaciguaría al pilláñ y ésta debía ser el mayor tesoro de Huanquimil: su hija menor, Huilefun, debía ser llevada hasta la cumbre por el más joven y valiente de los miembros de la tribu, y entregada al volcán.

Destrozados por la tristeza, el cacique y su esposa se vieron obligados a satisfacer el deseo del pilláñ para calmar la ira contra su pueblo. Las jóvenes de la familia arreglaron los cabellos de Huilefun, la vistieron con una túnica blanca y la acompañaron hasta donde la esperaba el guerrero Talka, que debía conducirla hacia el lugar designado y dejarla allí. Talka estaba enamorado de Huilefun pero, al llegar a las cercanías del cráter, donde los vientos desencadenados por el pilláñ soplaban con fuerza irrefrenable, tuvo que cumplir con el destino revelado por la machi, de modo que soltó la mano de su amada y la dejó abandonada a su suerte. Antes de emprender el descenso, Talka quiso contemplarla por última vez.

Al volver su mirada hacia Huilefun, el joven vio cómo un enorme y furioso cóndor la tomaba con sus garras, se elevaba y la arrojaba al fuego que esperaba en el fondo del volcán. Fue entonces cuando, en pleno verano, se desató un frío intenso, una espesa nevada cubrió el cráter y las laderas del Lanín se vieron envueltas en un manto blanco como el vestido de Huilefun. La tormenta de nieve duró tantos días y tantas noches que nadie recuerda cuando terminó. Desde entonces el Lanín reina poderoso, con su cumbre nevada, sobre el calmo paisaje de lagos y bosques de suelo ceniciento, recuerdo del antiguo incendio que nunca más volverá a ocurrir, debido al sacrificio de Huilefun y la resignación de Talka.

El volcán Lanín es la montaña más importante de la provincia del Neuquén, con 3.776 metros de altura. Está extinguido hace muchísimos años y su cumbre permanece cubierta de nieve. Una leyenda transmitida por los habitantes originarios explica el porqué de ese eterno manto blanco.

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El camino del silencio.

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El tren Expreso Rionegrino une las ciudades de San Carlos de Bariloche e Ingeniero Jacobacci. Cinco pueblos viven de lo que el ferrocarril lleva y trae. Es un pintoresco recorrido desde el lago Nahuel Huapi que va adentrándose en la estepa.

Cuando el reloj de la estación ferroviaria de San Carlos de Bariloche marca las 5 de la tarde, Abelardo Juan, guarda de toda la vida, colgado del estribo da la señal de partida.
El fuerte silbido de la locomotora marca el rito que este hombre, enfundado en su uniforme azul, repite tres veces a la semana. Lentamente el tren comienza a dejar atrás la cordillerana ciudad turística para ir al encuentro de Ingeniero Jacobacci, pueblo de las estepas, enclavado en el corazón de la provincia de Río Negro.

Tres vagones con 212 asientos transportan a hombres y mujeres, alguno de cuyos rostros deja percibir la emoción de una belleza natural que lleva a enmudecer. De a tramos el silencio parece adueñarse del vagón, las miradas absortas en algún punto del paisaje. Son 198 kilómetros de vías bordeadas por una ruta sinuosa de ripio y que es otro de los enlaces entre los pueblos.

El viento patagónico barre unas nubes grises ni bien el tren sale de la estación camino a la primera parada, Nirihuau. La estepa muestra sus coirones -matas de unos sesenta centímetros de alto que abundan en estos parajes-, los pastos bajos y la inmensidad de una belleza ascética. "No sé que haríamos sin este ferrocarril", comienza a decir Daniel Montenegro, quien lleva como destino Pilcaniyeu, uno de los últimos poblados del recorrido. "Hay un micro, es cierto, pero cuesta el doble. Gracias al tren, durante todo el año llegan desde gallinas y hasta huevos hasta los maestros que nos vienen a enseñar", concluye este hombre de rostro esculpido por la inclemencia de los vientos patagónicos.

"Somos pobres... pero a la Patagonia la tenemos en las manos y la mostramos", añade Alejandro Mairé, el otro conductor, que hace 16 años llegó a Bariloche desde Buenos Aires y nunca más se fue. "Trabajar como conductor en este lugar tiene un carácter social muy importante. Estamos a las órdenes de los pobladores. Paramos el tren donde nos lo pidan", dice. La comprobación no tarda en producirse cuando un grupito de chicos sale de una escuela rural y entre el bullicio de gritos y risas sube presuroso a los vagones. Un trecho más adelante el tren se volverá a detener en medio de un paraje desolado. "En este lugar siempre baja un paisano que realiza caminando el trayecto desde las vías hasta ese monte", dice Alejandro, señalando una montaña que, según cuenta misterioso, está habitada por buitres.

Regreso a la vida.

El ferrocarril tuvo en la Argentina una historia de encuentros y desamores. Fue el medio de transporte por excelencia para el traslado de personas y víveres y también la conexión fundamental para los pueblos nacieron de su mano. Históricamente, la línea Sur del Tren Patagónico llegaba hasta Buenos Aires.

Decisiones políticas llevaron a que el tramo estuviese totalmente clausurado durante cinco largos años.
"Pero por suerte volvió para darles vida a estos pueblos", reseña Horacio, un hombre robusto que supo trabajar como mecánico en la estación Jacobacci. El trayecto escarpado fija la velocidad promedio en 50 kilómetros por hora, mientras a su paso se van sucediendo puentes y cañadones. Los obreros de este ferrocarril tuvieron que trabajar a pala, pico y trotyl, y muchos quedaron sepultados, víctimas de la montaña.

Entre Bariloche y Jacobacci existen cinco pueblos: Nirihuau, Perito Moreno, Pilcaniyeu, Comayo yClemente Onelli, que saltó a la fama tras una compaña publicitaria de una empresa telefónica, y que en este otoño registró temperaturas que oscilaron en los 16 grados bajo cero. Pasando la ciudad de Perito Moreno se accede al tramo más alto del trayecto: 1.100 metros de altura sobre el nivel del mar, lugar preciso donde una tropilla de caballos se interpone en las vías mientras el sol parece incendiar el horizonte con sus tonos en naranja rabioso. Suena la sirena, los caballos corren cuesta abajo y el tren reemprende la marcha.

Los animales de la zona, entre los que se encuentran liebres, ñandúes, zorros, guanacos y caranchos, le dan vida y movimiento a la quietud del paisaje yermo. En invierno, esta región llega a tener 60 centímetros de nieve. Son épocas en las cuales las escuelas rurales se ven obligadas a cerrar sus puertas y sólo algún que otro chacarero osado se atreve a sortear el terreno blanco. Llegando a Comayo se divisan las fábricas de ladrillos, principales fuentes de ingreso de la región. Es un pueblo pequeño con no más de mil habitantes y donde todos se conocen. Aquí el tren hace una parada más extensa, lo que da tiempo a bajar y charlar con gente del lugar. Entre ellos, el encargado del correo local, quien se presenta como Daniel, insiste con simpatía: "Por favor, no se olvide de decir que el tren es fundamental para nuestras vidas, es nuestro vínculo con otras ciudades".

Silba la locomotora y continúa el recorrido. Dos largas horas en medio de la vastedad del anochecer patagónico permiten apreciar un cielo cargado de estrellas sobre una planicie que se antoja eterna hasta la llegada a la ciudad de Jacobacci. Al arribar al andén de la estación, un grupo de personas aguarda la entrega de las encomiendas y los despachos: una caja de la hija que estudia en Bariloche, los remedios para la abuela o los papeles de la jubilación. Es el final del viaje. Dentro de dos días el Expreso Rionegrino desandará nuevamente el camino, artravesando la belleza agreste y desolada del sur cordillerano.

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Sueños de altura y nieve.

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Año tras año miles de turistas se dan cita en lugares como el cerro Catedral, Chapelco y Cerro Bayo, dispuestos a disfrutar el tradicional deporte del esquí.

Los vio pasar como un haz de luz moviendo los brazos suavemente enfundados en sus trajes sintéticos hasta perderse en la distancia. En su lento recorrido se iba sucediendo el paisaje como una bendición derramada sobre las laderas del cerro Catedral. Penosamente lograba mantener el equilibrio sobre las tablas de esquí, hasta que vio a la mujer que se sostenía de un cartel publicitario con ambas manos. Entonces el hombre sonrío: supo que sólo a los experimentados les estaba reservado el don de volar sobre la nieve. La escena se repite cotidianamente en las laderas nevadas. Unos parecen dominar la montaña, la inmensidad del paisaje, la velocidad.

Otros, con mucha suerte pueden sostenerse en pie algunos metros. Pero la mayoría comparte el sueño renovado de poder subir a la montaña y deslizarse sobre ella, una hazaña que comenzó a hacerse realidad a principios del siglo pasado.

De la mano de los pioneros que arribaron a la región poco después de 1900, procedentes de Europa central, en los cerros que rodean al lago Nahuel Huapi fueron surgiendo nuevos y hoy importantes pilares del mundo del esquí. Al mayordomo de una estancia ubicada en la península Huemul, Ernesto Ricketts, se lo considera el primero en usar "las tablas" (así las llamaban en la época) allá por 1910, según cuenta Schatzi Bachmann en su Historia del Esquí en Bariloche. En 1929, cuando esta ciudad era apenas una aldea, el médico santafesino Juan Javier Neumeyer decidió instalarse en la población y de su equipaje -recién había regresado de Alemania- sorprendieron los esquís.

Un año más tarde llegó, también de Alemania, el gimnasta Otto Meiling, quien al poco tiempo fundó la primera agencia local de turismo. Fue discípulo de Neumeyer en la práctica de este deporte. A ellos se sumó el empresario transportista Reynaldo Knapp. Estos tres hombres concitaron el asombro al ascender al cerro Ñireco, del que bajaron deslizándose por la ladera. Como carecían de pieles de foca, - que evitaban los resbalones en la subida -, recurrieron a sogas que enrollaron en torno a "las tablas". Tras la hazaña concretaron la fundación del Club Andino Bariloche, actualmente guía de deportistas y visitantes. Otro nombre destacado de esos años fue el de Otto Muhlenpfordt, quien construyó un par de esquís en madera de ciprés y los lucía en la isla Victoria.

En 1930 el ebanista Heriberto Tutzauer abrió un taller de carpintería y, con la estrecha colaboración de Meiling, puso en acción la primera fábrica nacional de esquís. Para arquear la punta de "las tablas", que inicialmente medían unos dos metros, se las sumergía todo un día en agua en pleno hervor. Una vez ablandadas, se las curvaba con la presión de poderosos ganchos. Los herrajes estaban a cargo de Don Jung, uno más de los inmigrantes germanos, y los bastones eran de caña de colihue.

Pinta de época.

El atuendo de los esquiadores, que mezclaba estilos y costumbres, visto desde hoy parecía bordear el ridículo. Los anuarios del Club Andino revelan que se daba cierta influencia gauchesca. Componían el equipo botines de cuero duro, medias de lana gruesa, bombachas de campo, chaquetas alpinas y una boina cubriendo la cabeza. Pasaron más de 70 años y ahora se recomienda (y se ha impuesto) el uso de camperas y pantalones impermeables (de nylon), cascos y gorras que prácticamente cubren el rostro entero, antiparras para las nevadas y lentes para el sol con protección para rayos UV. Las botas son enormemente sofisticadas y las fijaciones deben ser reguladas por un profesional. Los esquís son más pequeños, encerados en la base y afilados en los cantos. Todo sugiere que si aquellos pioneros se cruzaran con el look del más modesto de los esquiadores actuales enmudecerían, convencidos de haberse topado con seres de otro planeta.

Los pioneros suponían que las mejores canchas para esquiar eran las del cerro Otto, pero después entendieron que las superaban las del Catedral. Se construyeron refugios en las alturas y las cima y se tendieron medios mecánicos de ascenso. La corriente de turismo de mayor intensidad se registró en 1934. Acababa de habilitarse una línea ferroviaria directa desde Buenos Aires y se había creado el Parque Nacional Nahuel Huapi. En los años 50 se iniciaron los servicios aéreos y Bariloche empezó a ponerse de moda como destino de los viajes de Luna de Miel, lo que trajo aparejada la inauguración de hoteles, restaurantes y galerías comerciales. Hoy no sólo se practica el esquí nórdico, de travesía o de alta montaña, sino también el snowboard, el trekking y la escalada en piedra. De ahí que nuestras pistas sean escenario de relevantes competencias internacionales.

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La lotería del Inglés.

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Al Inglés lo conocí en los asados que se arman los sábados en el aserradero de Charly.

Amigo de Don Ricardo, el padre de Charly, desde jóvenes; antes incluso del comienzo de la historia de amor que ocupa este relato.Oriundo de San Pedro, provincia de Buenos Aires, jubilado bancario, mujeriego y magistral asador, el Inglés acaba de cumplir ochenta y un años, y uno de sus sueños, quizá el más importante, todavía incumplido: una luna de miel en Villa La Angostura con Mercedes, su primera novia y frustrado amor.

Se habían conocido en la casa de los padres de Don Ricardo, en una reunión social de las que se acostumbraban en esos tiempos, cuando una nueva familia se radicaba en el pueblo. Mercedes había llegado acompañando a sus padres junto con dos hermanos menores que ella. Aunque no cruzaron una sola palabra, el Inglés quedó atravesado por la blancura de su piel, la liviandad de sus movimientos, y la pureza de su pronunciación cuando le tocó hablar.Los días posteriores a conocerla, se dedicó a buscarla incansablemente hasta que la encontró en una esquina de la plaza junto al organito de la suerte una tarde de domingo; y, resuelto, la invitó a probar fortuna con el carromato musical. Se apresuró a tomar el cartoncito que la cotorra del organito eligió, y sin amedrentarse hizo que leía lo que para él iba a ser uno de los deseos mas sólidos de toda su vida: "Casate con el Inglés, y serás la mujer mas feliz del mundo".

Poco le importó al Inglés que estuviera acompañada por los dos hermanos, verdaderas pesadillas de las tardes en el cine durante su corto noviazgo.

Tampoco le importó que Mercedes, resuelta y altanera, le quitara el papelito de la mano y leyera: "Jugá a la lotería, que éste es tu año", a lo que él retrucó con un "y bueno ¿ qué te dije?... ¿querés mas lotería que casarte conmigo? " Ese día la acompañó hasta la casa y le pidió permiso para visitarla, petición que repitió ante sus padres cuando se presentó como perito mercantil y futuro empleado bancario, sin todavía haber llenado la solicitud de ingreso.Cumplió su promesa de enamorado e ingresó al Banco Nación a los dos meses, y trabajó en la sucursal del pueblo durante seis meses más. El ímpetu y las ganas que le puso al trabajo le trajeron el ascenso deseado y el principio del hasta ahora ignorado final de su noviazgo con Mercedes.Lo trasladaron a una nueva sucursal en San Cayetano con la consiguiente mejora en el sueldo y en el puesto. Se fue de San Pedro con los dos trajes que tenía, el azul y el gris, el folletín de la Máquina de River, y la foto de Mercedes.

En esta parte del relato, el Inglés me dice: "Fue la única mujer que respeté." Léase esto en relación con el aspecto sexual del vínculo. "Imaginate - continúa - … me llevé la foto…" Y aunque literalmente la frase no dice mucho, la expresión del Inglés sí? dice mucho. Probablemente haya sido la distancia geográfica. Quizá debería haberle prestado atención a las pausas epistolares de Mercedes, lo cierto es que un mal día de octubre le llegó una fría, corta e inesperada esquela en donde ella le anunciaba el final de la relación. Sesenta años tardó en acomodar los pedazos de su corazón. En ese lapso se hizo solterón empedernido y mujeriego. Jugador de casinos y carreras de caballos, capaz de hacerse quinientos kilómetros hasta Buenos Aires por una fija, pero siempre bancario. Me animo a interpretar su vida en el banco como una prueba de la tozudez de su amor por Mercedes.

A San Pedro no volvió nunca más, pero a Mercedes jamás le perdió el rastro. A lo largo de todos estos años, y aunque lo fueron trasladando primero a Bahía Blanca y luego a Buenos Aires, donde se jubiló, siempre se las ingenió para tener noticias del amor que no fue. Supo que ella sí se casó y que tuvo hijos y nietos. Que se mudó a la provincia de Córdoba. Y que un día enviudó. Y con el mismo ímpetu con que esa tarde se acercó a proponerle matrimonio en la plaza de San Pedro, la llamó por teléfono. Y se volvió a enamorar de la pureza de su pronunciación, y se retrotrajo a los días del embelesamiento que le producían la liviandad de sus movimientos y la blancura de su piel. Así durante los últimos ocho años, la fue llamando por teléfono tres veces por semana. Respetando quién sabe qué extraño código, la volvió a incorporar a un espacio emocional de su vida del que nunca se había ido. Tampoco sé bien por qué Mercedes aceptó finalmente verse después de tanto tiempo, lo cierto es que hace menos de un mes acordaron encontrarse en Bariloche para seguir viaje juntos a Villa La Angostura.

Ella salió desde Córdoba y él desde Buenos Aires, con la confitería del hotel de los bancarios como punto de encuentro.Quiso la suerte que fuera ella la que tendría que esperarlo pues su micro llegaba una hora antes. Eligió una mesa contra la ventana. Desayunó y leyó el diario sin inmutarse, es decir sin que se le notara el más mínimo detalle del emotivo y próximo encuentro. Sí, en cambio, se preguntó que habría quedado de la figura de ese muchacho inquieto y verborrágico con el que había noviado en San Pedro sesenta años atrás. El viaje del Inglés fue un poco más tormentoso. Tomó el micro a las cuatro de la tarde en Retiro y eligió un asiento del piso de abajo que daba al frente, cerca del conductor. No pegó un ojo en toda la noche y, para colmo de males, se le ocurrió hacer algún comentario negativo respecto de las cualidades de manejo del chofer, quien sin inmutarse le bajó la cortina del frente, sometiéndolo a transcurrir las quince horas del viaje con la vista fija en una tela color marrón. Aunque lo niegue, temió que su corazón le jugara en contra de la partida que se venía.

Llegó a la terminal de Bariloche a las nueve y cuarto de la mañana. Miró los alrededores un tanto desorientado, cruzó la calle y se paró frente al lago Nahuel Huapi. Llenó sus pulmones de aire por la nariz abriendo los brazos y lo soltó de a poco. Repitió el acto varias veces, sintiéndose una especie de Tarzán, rey de la Patagonia. Por fin decidió encaminarse hacia donde lo esperaba Mercedes. Mientras recorría las cuadras que lo separaban del hotel de los bancarios, recordó una costumbre que tenía cuando era chico y le pedían que hiciera algún mandado: ir pateando la bolsa con cada una de sus piernas, cual si fuera una pelota de fútbol a la que el Charro Moreno dominaba a su merced. Tuvo ganas de desquitar el vicio con el bolso Hermes de tela escocesa que le presté, pero se reprimió. Atravesó el centro cívico y llegó al punto de encuentro.

Mercedes, que estaba leyendo el diario, tardó en percatarse de que sobre el vidrio empañado el Inglés le estaba escribiendo "Soy yo, la lotería". Ella le regaló una sonrisa austera y lo invitó a que ingresara con uno de sus leves movimientos de manos, al que el Inglés obedeció casi hipnotizado.Yo estoy seguro de que el Inglés le dijo que estaba igual y que los años no habían pasado para ella. También estoy seguro que Mercedes no le hizo el más mínimo caso a la galantería.

El tiempo que transcurrió hasta abordar el barquito que los llevaría a Villa La Angostura lo consumieron conversando de tiempos y personas lejanas y tomando café.En el catamarán la tomó de la mano, primero disimuladamente, para señalarle alguna de las bellezas que conforman el paisaje del lugar. Y luego más decididamente mientras conversaban y conversaban y conversaban.La verdad es que yo me acordé del viaje del Inglés durante toda la semana que duró. Y acudí al asado del sábado posterior a su llegada con una incertidumbre increíble.

Lo encontré como todos los sábados: administrando la parrilla. Me acerqué mirando la carne y con una sonrisa reprimida le dije: "Ay Inglés, lo que recé por vos toda esta semana. Para que vuelvas a hacernos los asados y para que no me falle mi potrillo". A lo que me contestó, también sonriendo: "Si algún día precisás ayuda avisame. Digo, por el asado". Y me alcanzó un vaso de vino invitándome a un brindis.

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Francisco Pascasio Moreno, el peregrino del Sur.

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Fue el primer colono que llegó al lago Nahuel Huapi desde las costas del Atlántico. Donó tierras para que se fundara allí el primer parque nacional, apenas una de las huellas que dejó este hombre solidario que demostró su valentía en muchas aventuras.

"Ese día, santo de Juanita, no comí nada como el anterior y el agua que tomaba era la que estaba impregnada en mi poncho por la lluvia que no cesaba de caer. Después de 14 horas de paso llegamos a unas lagunas color café con leche, llamadas de Gutiérrez y allí hicimos noche; tomamos mate, aunque sin dormir... de que el paseo fue incómodo no me quejo...".

El relato pertenece a una carta que Francisco Pascasio Moreno le escribió a su padre el 5 de diciembre de 1875, durante su primer viaje a la zona de los Siete Lagos.

Aquella travesía se convertiría en una experiencia deslumbrante y dura a la vez.

Naturalista, geógrafo, paleontólogo y educador, Moreno fue, ante todo, un incansable caminante que amplió los horizontes territoriales de la Argentina. Nacido en Buenos Aires, el 31 de mayo de 1852, desde muy pequeño fue descubriendo su pasión por viajar. Escuchaba asombrado los relatos de su padre, Francisco Facundo, sobre una tía abuela aventurera, y en su biblioteca íntima figuraban los libros de las expediciones de Marco Polo, que los que leía con avidez. La hora de vivir sus propias aventuras no tardaría en llegar.

Tenía 23 años cuando realizó el primer viaje hacia el lago Nahuel Huapi. La intención del Gobierno nacional de avanzar hacia la Patagonia lo impulsó a embarcarse en la travesía.

Era el 7 de octubre de 1875, cuando partió desde Bahía Blanca escoltado por dos paisanos, dos indios y diez caballos. Tras varios días de cabalgata, la expedición bordeó el río Limay y atravesó una gran extensión de tierras dominadas por el cacique mapuche Sayhueque, al que los habitantes de la región daban en llamar el Señor de las Manzanas. Una semana de permiso le otorgó el jefe indio para que el perito atravesara el amplio territorio y pudiera visitar la zona cordillerana. Moreno se adentró en un paisaje que lo maravillaba a cada paso. El 22 de enero de 1876 llegó a orillas del Nahuel Huapi y fue el primer colono en enarbolar la bandera argentina en el lugar. Un año más tarde alcanzó la naciente del río Santa Cruz, descubrió el lago Argentino y avistó el glaciar que actualmente lleva su nombre. En 1879 fue designado Jefe de la Comisión Exploradora de los Territorios del Sur, y encaró su misión más difícil: el segundo viaje hacia el Nahuel Huapi.

Peligros y aventuras.

La relación con los habitantes originarios se tornó difícil tras la violenta Conquista del Desierto llevada a cabo por el general Julio Argentino Roca. Debido a ello, el perito debió enfrentar varios peligros en su travesía, como el intento de envenenamiento por parte de las mujeres de una tribu y el secuestro perpetrado por el cacique Sayhueque.

El perito y el cacique se respetaban. El lonko mapuche, en honor a Moreno le había dado el nombre de Francisco a uno de sus hijos. Pero a pesar de ello, el indio no trepidó en hacerlo prisionero, con la intención de canjearlo por gente suya que había caído en manos del coronel Conrado Villegas. Moreno había logrado llegar a orillas del hasta entonces desconocido lago Gutiérrez, para ir a reencontrarse con el imponente paisaje de los Siete Lagos, cuando fue capturado. Durante el cautiverio, varias veces estuvo a punto de ser ejecutado y llegó a sufrir amenazas con facones y lanzas en un simulacro de guerra. Una noche logró burlar la guardia y escapó con parte de su expedición en una balsa que bajó por el río Limay. A punto de morir, por la alta fiebre y la falta de comida, fue rescatado por una partida de soldados en la región del Neuqúen, a mediados de febrero de 1880.

Lejos de guardar rencor, Moreno fue consciente de la injusticia a la que eran sometidos los indios: "Las predisposiciones amistosas de los indios me hacían deducir lo fácil que hubiera sido formar una comisión de indígenas buenos. Se prefirió el argumento del Rémington, y, de ahí, la destrucción de miles de vidas ", escribió en sus memorias.

En 1896 fue designado perito en los diferendos limítrofes con Chile. Era considerado el hombre que mejor conocía el territorio cordillerano. En sus últimos años y a pesar de padecer duros reveses como la muerte de su esposa María Ana Varela, siguió trabajando en forma incansable. Con la venta de tierras fundó en el Sur las Escuelas Patrias, donde se alimentaba y educaba a chicos en estado de extrema pobreza.

Promovió el Patronato de la Infancia y creó las Cantinas Maternales, que servían de apoyo a madres solteras. Tras donar tierras para el primer parque nacional en Río Negro, murió el 22 de noviembre de 1919, en la más absoluta pobreza. En 1944 sus restos fueron trasladados a la isla Centinela, ubicada en el lago al que tanta atención le había prestado; el Nahuel Huapi. Desde ese día, cuando las embarcaciones navegan por sus cercanías, hacen sonar sus silbatos en homenaje al gran peregrino del Sur.

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Qué hacer para no recibir más llamados de venta telefónica.

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telemarketing-imageEl teléfono suena en el peor momento y corremos a buscarlo porque estamos esperando una llamada muy importante. La voz aparece al minuto de silencio y se escucha: "Usted ha salido beneficiado con un descuento especial para comprar un auto."

Y no. No era esa la llamada que estábamos esperando. Era otra, muy urgente. Son cinco minutos que hay que repetirle al representante de ventas telefónicas que no estamos interesados en su oferta y tampoco la otra asociada a la primera sobre la que también insiste. Y lo malo es que estamos llegando tarde hacia donde nos dirigíamos. Y lo grave es que esa fue la segunda llamada del día y quizás la tercera de la semana.

¿Qué hacer para evitarlos? En Buenos Aires y en San Juan, se puede recurrir al Registro "No llame" que protege a los usuarios que no desean recibir este tipo de ofertas telefónicas. En otras provincias, como en Santa Cruz y Santa Fe, pese a que el sistema está creado, aún resta su implementación.

Aquí, los detalles de los requisitos para completar la inscripción en los lugares donde ya se encuentra vigente.

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1-¿Cuáles son los trámites y a qué organismo/s se debe recurrir?

En Buenos Aires. El trámite tiene dos pasos: primero, hay que llamar a la línea gratuita 147 y elegir la opción 1 (de Atención Ciudadana), luego la opción 3 (Defensa del Consumidor) y finalmente, otra vez la opción 1 (Registro No Llame). Con esto el sistema incorporará la línea como preinscripta. Lo siguiente, es el paso que la mayoría de los porteños no completa, que es dirigirse hacia el Centro de Gestión y Participación Ciudadana (CGPC) más cercano a su domicilio para completar la inscripción. Hay que llevar la factura telefónica y el DNI (original y fotocopia). Los inquilinos que no son titulares de la línea deben acompañar a la documentación, el contrato de alquiler a los efectos de probar su vínculo con el número telefónico que quieren registrar. También pueden presentar una nota del propietario autorizando la inscripción.

En San Juan. El interesado debe presentarse personalmente ante la sede de Defensa del Consumidor y llevar completo el formulario disponible en el sitio del Ministerio de Producción y Desarrollo Económico provincial . También debe contar con la fotocopia de la boleta de facturación o documento que acredite la titularidad de la línea telefónica (ya sea fija o celular) y fotocopia del DNI del usuario.

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2- ¿Cuándo comienza la aplicación del registro?

En Buenos Aires. Las empresas están obligadas a notificarse y actualizar su base de datos cada 30 días, para garantizar que quienes se inscriban dejen de recibir llamados al cumplirse ese plazo.

En San Juan. La inscripción rige a partir de los 90 días, que es el plazo en el que la ley provincial prevé para que las compañías se den por avisadas.

2 -¿Existe la posibilidad de hacer el trámite online?

En ninguna de las dos provincias que disponen de este sistema es posible registrarse vía Internet.

3-¿Qué ocurre con las encuestas telefónicas? ¿Y con las propagandas políticas?

En Buenos Aires. La solicitud de información por parte de una encuestadora, siempre y cuando la misma no se realice con fines promocionales o realice menciones a productos y servicios, no configura una infracción.

En San Juan. No están contempladas en la legislación provincial que crea y regula el Registro No Llame.

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4-¿La inscripción tiene caducidad? ¿Se puede deshacer?

En Buenos Aires. Tiene vigencia por dos años a partir de su incorporación al registro y se renueva automáticamente por un período igual, salvo manifestación en contrario del registrado. Los inscriptos en el registro pueden solicitar la baja en cualquier momento llamando al 147.

En San Juan. Rigen las mismas condiciones que en Buenos Aires. Los interesados en darse de baja puedan hacerlo en cualquier momento ante la autoridad de aplicación.

5-¿Los usuarios que no son de la provincia pueden acceder al Registro No LLame de alguna de estas jurisdicciones?

En Buenos Aires. No, la Ley 2014 que regula el registro sólo es aplicable en la jurisdicción del gobierno porteño.

En San Juan. No, la Ley 8052 que reglamenta el registro sólo es aplicable en la jurisdicción de la provincia de San Juan.

6- ¿Cuántos usuarios llevan adherido su número al registro?
En Buenos Aires. Menos del 10% de los porteños confirmó el trámite que había iniciado. Es que mientras 55.229 solicitaron la inscripción, sólo 4487 lo completó yendo al CGCP. Además, existe un total de 186 empresas registradas.

Una asignatura pendiente

En las provincias de Santa Fe y Santa Cruz, la implementación de este registro atraviesa una extensa pausa. Pese a que las legislaciones provinciales contemplaron tiempo atrás su creación, aún resta la reglamentación necesaria para poder ponerlo en marcha en dichas jurisdicciones. En ambos casos, se prevé que la inscripción se realice en forma personal ante la sede que establezca cada gobierno y que el trámite subsista hasta que el usuario no manifieste lo contrario.

¿Existe un registro nacional?

El senador jujeño oficialista Guillermo Jenefes volvió a presentar en mayo de este año un proyecto , que había perdido estado parlamentario en su ingreso anterior, dado que que si bien obtuvo media sanción de la Cámara de Senadores caducó al no ser tratado en Diputados durante 2009. La iniciativa estudia exclusiones para las campañas de bien público, las llamadas de emergencia para garantizar la salud de la población, las campañas electorales o las llamadas vinculadas a una relación comercial previamente establecida, por ejemplo. Incluso contempla la posibilidad de que la persona registrada expresamente diga si en algunos casos sí está interesada en recibir llamados (sobre algún tema en especial).

Fuentes consultadas:
María Lucila "Pimpi" Colombo, subsecretaria de Defensa del Consumidor de la Nación
Defensa y Protección del Consumidor de la Ciudad de Buenos Aires
Susana Andrada, Centro de Educación al Consumidor (CEC)
Sandra González, Asociación de Defensa de los Consumidores y Usuarios
(Adecua)
Con la colaboración de José Bordón y Enrique Merenda

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La Rioja: un universo de colores entre cerros y valles.

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la rioja universo-colores-cerros-valleLa capital provincial es el punto de partida de un fascinante recorrido que vincula las bodegas artesanales y olivares de la Sierra de Velazco con la Quebrada de los Cóndores y el circuito minero de Chilecito, sobre las montañas de Famatina. Sabores típicos, opciones de turismo aventura y una excursión guiada hasta el Parque Nacional Talampaya.

Morder con ganas una aceituna carnosa, llena de pulpa. Quedarse quieto y en silencio ante una pared de piedra de casi cien metros de altura. Sentir un vértigo de niño de bicicleta en bajada, al subirse a un carrovela. Son algunas de las postales de belleza simple que se viven en un recorrido por los paisajes de la provincia de La Rioja .

la-rioja-argentina-ppt-slide-mapEl avión ya sobrevuela la tierra del caudillo “Chacho” Peñaloza. A los pocos minutos, una combi comienza a recorrer la ruta –unos 100 km– hacia el norte, hasta llegar a la localidad de Arauco , cerca del límite con Catamarca. El paisaje es árido, recubierto por un cielo celeste claro. De repente, aparece una gran extensión de tierra seca, arcillosa y plana, como si un gigante prolijo hubiese trabajado largas horas con un palo de amasar. De fondo, se ven los cordones de la Sierra del Velasco. Y aparece un cartel: “Vientos del Señor”.

Es un complejo turístico municipal, con refugios de adobe, asadores, hornos de barro y una confitería. Pero la gran atracción acá es la navegación en tierra, la práctica del carrovelismo y el kitebuggy. Uno de los instructores ya está subido al carro con ruedas y vela, en esa enorme extensión de 7 kilómetros de largo por 3 kilómetros de ancho. Basta un empujón para que comience a moverse. Puede llegar a una velocidad de casi cien kilómetros. El viento hace su trabajo y el piloto mueve unas cuerdas para darle dirección. Al poco rato, nos alejamos del refugio. Diez metros, cien, quizá mil. Otra de las opciones es el kitebuggy, con el mismo mecanismo pero impulsado por un gran barrilete. En cualquiera de los casos, la sensación es la misma: vértigo dulce, de montaña rusa, de bicicleta sin rueditas.

aimogasta

Muy cerca de Arauco y a 115 km al norte de la capital, Aimogasta es el gran polo olivícola del país. La variedad emblemática es la aceituna arauco , que se cosecha verde o madura y se utiliza para mesa, conserva y aceite. El 70 por ciento del aceite de oliva elaborado en la Argentina se produce en La Rioja. Por esa razón, no se puede pasar por esta zona y dejar de probar una de estas aceitunas grandes y de pulpa llamativa.

Una buena forma de conocer cómo es la producción es visitar algunas de las aceituneras que producen en la zona. Fundada a mediados de los años 50, Hilal Hermanos es una de las más tradicionales, que conservan el método tradicional de molino de piedra, prensa hidráulica en frío y filtrado por decantación natural. En todo el proceso, no interviene ningún agente químico. La molienda se hace con aceitunas frescas, que no se almacenan por más de 24 horas luego de ser cosechadas de forma manual. Tanto Hilal como Agroarauco, entre otros establecimientos, ofrecen visitas guiadas.

La combi recorre la mítica Ruta Nacional 40 hasta llegar a Chilecito , polo vitivinícola del país, ciudad minera por excelencia y dueña de un paisaje imponente, con la Sierra de Famatina como telón de fondo. Uno de los lugares ineludibles de este destino –y una muy recomendable forma de conocer su historia– es el circuito de las instalaciones abandonadas del Cablecarril Chilecito-Mina La Mexicana, una obra de principios del siglo XX que fue vanguardista en aquellos años. A través de las estaciones que transportaban los minerales que se extraían (oro, plata y cobre) y a lo largo de 35 kilómetros, el visitante podrá internarse en valles, montañas y cruzar abismos en las entrañas de los cerros.

En aquellos primeros años del siglo pasado, el apogeo minero posibilitó al pueblo contar con una de las primeras líneas telefónicas del país. En la actualidad se practica aquí trekking, safari fotográfico, turismo minero y geológico. Y se puede pasar la noche en uno de los refugios reciclados que fueron emplazados junto a las instalaciones del yacimiento minero. Cualquiera sea su próximo destino en La Rioja, no abandone esta región sin pasar por la Cuesta de Miranda , que une el Valle de Chilecito con el del Bermejo. Son diez kilómetros de un bellísimo camino de cornisa, con farallones de color rojo intenso.

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Después de algunos días de viaje, llegó la hora de visitar la gran joya de La Rioja: el Parque Nacional Talampaya . Llegar a esta región desértica, parte de la Cuenca Triásica de Ischigualasto, es remontarse a más de 250 millones de años. Con el tiempo, el parque fue sumando excursiones y nuevas opciones para ver apenas una parte de las 215 mil hectáreas de la reserva. El lugar más elegido y emblemático es el Cañón de Talampaya, ese gran paredón de 150 metros.

La excursión Safari Aventura propone el recorrido en un camión 4x4. Primero aparece la puerta del cañón, después un algarrobo de 200 años y las enormes rocas con geoformas extrañísimas. Allí están El Monje, La Catedral –“Gaudí seguramente vio esto antes de hacer La Sagrada Familia” arriesga el guía–, El Cóndor y muchas otras más. Otra opción es recorrer la zona en bicicleta o durante las noches de luna llena.

A la tarde, después del almuerzo bajo un algarrobo, la excursión en el parque sigue con Quebrada Don Eduardo. Hugo Páez, uno de los guías, hace un listado de las plantas arbustivas que se encuentran, muestra el verde del chañar brea y el inca yuyo; luego cuenta la historia de unas momias que se encontraron intactas. En una caminata de unas tres horas, se maravillará con los miradores esculpidos por el tiempo y tendrá una perspectiva diferente de las clásicas del parque.

Al final, como quien descubre un tesoro escondido, puede ir al Cañón del Arco Iris, uno de los lugares menos frecuentados por los turistas que visitan el parque por poco tiempo. Se llega en camioneta, después de recorrer el lecho seco de varios ríos. En algún momento, cuando la caminata avance, encontrará grandes paredones perforados por el río. Verá piedras cortadas como a máquina por la amplitud térmica. Piedras ocres, rojas, verdes y blancas. Y encontrará quizá el silencio más perfecto de todo el viaje.

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A 180 kilómetros hacia el sur de la capital riojana, después de atravesar un camino lleno de piedras gigantes llegamos a la Reserva Natural Quebrada de los Cóndores , un destino poco explotado y una de las grandes bellezas de la travesía. El lugar es la morada de unos 200 cóndores que planean muy cerca de los visitantes. Primero se llega al paraje de Tama, luego a Sierra de los Quinteros y desde allí se necesitan un par de horas de cabalgata. La parada final es en un gigantesco peñasco que oficia de mirador. Al poco tiempo llegarán los cóndores, sobrevolando en círculos para luego avanzar hacia sus nidos.

En el puesto de San Cruz está La Posta de los Cóndores, una construcción con capacidad para 25 personas. Allí alguien preparará un chivito al horno, con verduras que saben a verdura. Y buen vino riojano. Si tiene mala suerte con el tiempo y no puede hacer la excursión, en el lugar se exhiben dos cóndores en cautivero, que fueron curados después del ataque a tiros de unos cazadores.

Ya quedan pocas horas para volver a casa. En la cena de despedida, alguien propone un brindis. Alguien voltea una copa, pero a nadie le importa. La noche avanza más calma que nunca, entrenada en el silencio, sin pedir perdón ni permiso. Al volver a casa, queda fijado como un cardón el recuerdo de la sobremesa sin apuro. Y vuelven la imagen de la pared infinita del Talampaya y el sabor dulce de un vino morado riojano.

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El Banco Central anotó en los últimos 30 días la mayor devaluación del año.

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El mayorista avanzó casi cuatro centavos en la semana. En los últimos 30 días escaló a un ritmo consistente con una suba del 32% en los próximos doce meses

El precio oficial del dólar entró en una franca aceleración en la primera mitad de agosto y la velocidad de deslizamiento marca una pauta anualizada de suba del billete estadounidense del 32%, su mayor velocidad en lo que va del año.

El Banco Central dejó que el dólar mayorista subiera más de un centavo el jueves hasta los $5,579 por unidad, al tiempo que se vió obligado a vender u$s 10 millones para evitar una suba aún mayor de la divisa. En el mercado paralelo, aunque con pocas operaciones y fuerte vigilancia, el blue pasó los $9 antes de corregir y cerrar en 8,95 pesos.

En lo que va de agosto, la entidad conducida por Mercedes Marcó del Pont no le dio respiro a la cotización del dólar. Empujada la necesidad de contener la caída de reservas y presentar competencia a la devaluación del real brasileño, anotó en los últimos 30 días su mayor ritmo de devaluación del año.

En lo que va de esta semana, el dólar mayorista ganó 3 centavos y 8 milésimas de peso, apenas una milésima por debajo de su mayor avance semanal del año y con sólo una rueda restante antes del final de la semana.

Avanza 1,3% en lo que va del mes y, en los últimos 30 días, anotó una suba de 2,67% que tiene a los operadores dudando respecto a si se sostendrá o no. De mantenerse semejante velocidad de apreciación del dólar, en los próximos 12 meses el precio se movería 32%.

El BCRA aceleró la pauta de devaluación del dólar oficial en un intento por limitar el atraso cambiario hacia adelante y acotar la pérdida de reservas frente a una coyuntura de menor oferta de dólares en los próximos meses.

"En tanto estaría intentando registrar un saldo neutro en promedio en sus intervenciones en el mercado cambiario, limitando la pérdida de reservas a las divisas requeridas para la cancelación de vencimientos en moneda extranjera"”, analizó un informe de Bein & Asociados distribuido ayer.

La aceleración de este mes está un escalón por encima de la que se vió en junio, cuando la divisa saltó 2,3% o un 27% anualizado. En las mesas todavía no se convencen de que la nueva velocidad de deslizamiento llegó para quedarse.

Lo que se ve es que está reaccionando a la devaluación del real, siempre sigue una meta de tipo de cambio real, que puede ser coyuntural. Lo importante es ver para atrás, que el dólar sube 21% en los últimos doce meses y no ha dado síntomas de que vaya a subir más de 20% en todo 2013”, dijo un corredor de cambios que prefirió no ser mencionado.

El real brasileño perdió 13% frente al dólar en los últimos tres meses. Ayer bajó un 0,60% y el dólar se vende a 2,339 reales en Brasil, pero llegó a tocar en la rueda 2,35 unidades.

La otra duda en la mente de los operadores es la contradictoria intervención del BCRA en el mercado de futuros. Mientras que por los últimos días se puede calcular una disparada del dólar del orden del 30%, en base a sus posturas en futuros no se puede aspirar a más del 22%, según informa Cronista.

“El BCRA continúa operando sobre el mercado de futuros en los primeros cuatro meses del año convalidando una tasa de devaluación menor: 21,5% entre enero y abril consistente con un dólar de 6,4 a fin del primer cuatrimestre”, consignó Bein & Asociados.

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